Los Hidalgo, forzados a recomponer su relación con los Botín

Nochevieja de 2006. Estación de Gstaad en los Alpes suizos. Un joven excéntrico y con melenas intenta colarse en la fiesta que reúne en un exclusivo hotel a los más poderosos del panorama empresarial español. La familia Botín, como cada año, es la anfitriona. Y el marido de la entonces heredera Ana Patricia Botín, es el encargado de prohibir el paso a Javier Hidalgo. Guillermo Morenés corta entre voces subidas de tono el intento de entrar en la fiesta del sucesor de Globalia, quien se promete no olvidar tal desplante.

Este quizás fuera el desencuentro más sonado entre los Hidalgo y los Botín, entre la familia española más poderosa de la aviación y las agencias de viajes, y la más importante de las finanzas, pero no fue el único. El más hilarante pudo ser el que se produjo en un vuelo desde Palma en el que Juan José Hidalgo interpeló con improperios a dos ejecutivos bancarios, poniendo a caer de un burro a Emilio Botín, “su presidente”. Pero estos directivos, atónitos, le respondieron que “a nosotros qué nos cuenta, si somos del BBVA”.

Estas dos anécdotas revelan hasta qué punto han sido históricamente malas las relaciones entre la familia salmantina y la cántabra, de padres a hijos por igual. Pero estos datos cobran relevancia ahora que va a ser el Banco Santander el que absorba el Popular, y pase por lo tanto a heredar el 10 por ciento de Globalia que ostenta la entidad presidida por Emilio Saracho, además de sobre todo el grueso de la deuda tanto del grupo turístico como la personal del patriarca de los Hidalgo (La deuda de Globalia y el horror de Botín).

Así, a los Hidalgo no les queda otra que mover cielo y tierra con tal de recomponer la relación con los Botín. Se juegan mucho en ello. Cuando hace cuatro años Abel Matutes compraba el 5 por ciento de Globalia a Javier Hidalgo por unos 15 millones de euros parecía que se abría una puerta para mejorar las relaciones con el Santander, habida cuenta de que el ibicenco era miembro de su consejo de administración, del que salió amistosamente al poco de que Ana Botín asumiera la presidencia tras la muerte de su padre.

Matutes puede ser un hombre clave y un puente para lograr recomponer la relación, pues al Santander ha demostrado estos años no temblarle el pulso con las empresas muy endeudadas, como pueden dar prueba de ello Metrovacesa, Isolux, Abengoa, Vocento, Reyal Urbis o Hesperia, por la que tomó el control de NH al pignorar sus acciones, con la mano derecha de los Botín, Rodrigo Echenique, como presidente, hasta que vendió sus acciones (El Santander compra el Popular y desalienta a Globalia).

A favor de los Hidalgo puede jugar que el negocio de una aerolínea es distinto a cualquiera de los anteriores, mucho más delicado, además del citado papel de Matutes, que puede tener ante sí una oportunidad de aumentar su poder en Globalia, de donde es consejero, y donde no siempre se ha sentido tratado de la mejor forma posible. Los Hidalgo, no obstante, parecen adictos a la adrenalina y están acostumbrados al escenario de sentirse en el límite, habiéndose salido casi siempre con la suya.

Hoy, tras haber dejado atrás el caso por el que se condenó a Globalia por fraude en el descuento de residente, sus retos son pagar las elevadas multas por este caso, buscar una solución al dinero retenido en Venezuela, resolver la crisis de liderazgo de Halcón Viajes, buscar una renovación de su modelo para poder competir a medio plazo con las low cost de largo radio, asentar a un director general recién aterrizado, a lo que como guinda se les ha unido tener un nuevo socio como el Santander, que les obliga a emplearse a fondo para conciliar todos estos frentes.