Los sindicatos de controladores aéreos franceses acaban de convocar una nueva huelga para los próximos días 3, 4 y 5 de junio, en la que sería la sexta huelga en los dos últimos meses y la cuadragésimo séptima desde 2009. Toda una marca digna de figurar en el libro Guinness de los récords.
El problema de esta interminable serie de protestas es serio porque no da la impresión de que esta saga de paros vaya a reducirse y porque un conflicto que es eterno parece más bien que tiene causas ajenas a lo puramente laboral o a lo que se puede resolver con una negociación.
Estas huelgas son importantes, sin embargo, no por lo que reivindican ni por lo que pueden conseguir los controladores, sino porque las víctimas de los paros no tienen capacidad alguna para atender las peticiones de los huelguistas mientras que los que pueden resolver esta disputa no se ven afectados.
¿Por qué existe el derecho de huelga? Para que los trabajadores hagan llegar su protesta a los empleadores, afectándoles donde les duele, que es en la suspensión de la actividad. Cada día que un comercio no abre debido a una huelga, pierde dinero, pierde clientes y estos pueden terminar por adaptarse al producto de un competidor. Así el empresario siente el efecto de la huelga y tiene un motivo para negociar, para ver qué camino es el más útil para sus intereses.
Pero nada de esto ocurre con la huelga de controladores. Al ministerio francés le da exactamente igual que haya huelga, porque la principal víctima del conflicto no son ellos, sino los miles de viajeros, incluso no necesariamente residentes en Francia, que se ven afectados. Mientras los responsables franceses pueden perfectamente estar descansando en sus casas, miles de viajeros de decenas de países esperan en los aeropuertos a ver qué hará su línea aérea, cuándo finalmente podrán volar, dónde habrán de dormir. Las compañías aéreas europeas, que no tienen nada que ver con el conflicto, se ven obligadas legalmente a atender las necesidades de los viajeros, cancelar vuelos, desviar a otros aeropuertos, reprogramar operaciones. Todo un caos operativo que no pueden resolver porque no pueden atender las reivindicaciones de los trabajadores. Incluso aunque Iberia, Volotea o Easyjet decidieran aceptar lo que piden los controladores, no pueden porque no tienen competencia para ello. Francia no indemniza, porque ni siquiera se da por enterada de los perjuicios que causa la protesta que se organiza en su país.
Este es el interminable, injusto e insoluble problema de la aviación europea, que exige definitivamente una solución a nivel de Bruselas. Simplemente no es posible que cuando no son los franceses –auténticos catedráticos de la protesta–, son los nuestros –ahora más calmaditos después de que Pepiño Blanco los militarizara, o los italianos –que también son finos en montar líos.
Seis huelgas en dos meses y cuarenta y siete en siete años es un indicador de que estamos ante un disparate que exige soluciones en serio. Si Europa no sirve para poner orden en este desastre ¿para qué sirve? Porque estos son los problemas para los que tenemos instituciones políticas que pagamos entre todos. Y Europa es quien debe poner racionalidad sobre estos conflictos que afectan decisivamente a España, aunque no exclusivamente.
Mientras tanto, la semana que viene, nuevamente, nos aprestamos a constatar cuántos vuelos se han retrasado, cuántos se han cancelado, y ya veremos cuando volaremos.
Fino van a poner a Pepiño y demás tropa cuando, como se está demostrando en todos los juzgados, que fue AENA y el gobierno quienes cerraron el espacio aéreo y achacaron a la supuesta huelga que nunca existió el perjuicio que ocasionaron.