La temporada 2014 será un éxito que no debería ocultar los riesgos

La primera feria turística importante de esta temporada, la World Travel Market de Londres, apunta a otra buena, incluso excelente, ‘cosecha’ vacacional para el verano que viene. Los datos prácticamente podrían dar pie a la euforia, a la celebración, porque los mayoristas británicos se están volcando en asegurar plazas para el verano que viene, apuntando a que en 2014 podamos incluso superar los niveles de demanda del año pasado.

Aún no hay muchos indicios seguros de cómo irán las ventas en otros mercados, pero las reservas de ‘slots’ de las líneas aéreas sugieren que también Alemania puede vivir un verano único, incluso rozando los llenos absolutos.

La tercera procedencia turística para nuestra planta de alojamiento vacacional, los españoles, aún no han pensado en qué van a hacer, dado que es uno de los mercados que compra en el último momento, pero, sin embargo, es razonable pensar que pudiera haber una mejora, siquiera sea muy modesta, respecto de lo que ocurrió en el pésimo verano de 2013. 

Así, pues, en conjunto podemos predecir otro gran verano.

¿Cuáles son las razones para este nuevo éxito?

Recordemos que hace sólo cinco años, el Gobierno, entonces presidido por Rodríguez Zapatero, pretendía demostrarle al mundo que íbamos a ser un país ejemplar en la reconversión de las zonas turísticas, porque entonces parecía evidente que estábamos viviendo una degradación en su calidad, en sus servicios, en la relación entre el precio y la calidad de lo que vendíamos. ¿Se equivocaba el Gobierno entonces? ¿Era otro de los grandes errores de Zapatero, que no vio que nuestro turismo tenía aún mucho recorrido por delante?

La impresión a partir de este verano pasado y de las expectativas para 2014 es que aquí no hay problemas, que el éxito turístico es inevitable. Alguno incluso ha dicho que estos “llenos” son el resultado una mejor gestión en la promoción pública, lo cual es simplemente divertido.

Por supuesto, celebrar estos éxitos es correcto, pero ignorar el contexto sería un autoengaño absolutamente fantástico, incomprensible en un país en el que hay gente capaz de pensar, analizar y advertir sobre los riesgos que tenemos entre manos, apenas ocultados por la demanda desbordada.

Cualquier experto puede describir exactamente cuál es la primera causa de este éxito presente: la crisis que vive una parte importantisima de la competencia natural de España, o sea el Magreb y Oriente Medio. Hoy por hoy, Egipto y Túnez son dos países que están fuera del mercado, por mucho que sus autoridades intenten vender su producto a cualquier precio (nunca mejor dicho). Están fuera del mercado porque los conflictos sociales en los dos países espantan a los turistas. La guerra siria, con menos efectos que los anteriores, y los incidentes en Estambul y algunas otras ciudades de Asia Menor, tampoco permiten un despegue en toda regla de Turquía, que está estancada.

Así, pues, los destinos vacacionales mediterráneos tradicionales, fundamentalmente España, vuelven a vivir una presión importante de la demanda. Es lo seguro, es la garantía de no tener problemas, es lo conocido. Hoy sin competencia alguna.

Por lo tanto, enhorabuena.

Pero, sin embargo, Zapatero tenía razón. No es que su vida política haya sido marcada por los aciertos, pero sí que decía la verdad cuando creía que España tiene que modernizar sus zonas turísticas. Las razones son prácticamente incontables, pero entre ellas hay que mencionar las siguientes:

--Degradación de la calidad de la oferta hotelera, básicamente de tres estrellas, insuficiente para competir en un entorno que demanda un nivel más alto. Esto conduce a que los precios se tengan que bajar para mantener las ocupaciones y, por ende, el viajero que nos visita tiene cada vez menor capacidad adquisitiva.

--Degradación de la oferta complementaria que, debido al exceso de oferta y a la caída del poder de compra de los clientes, se aproxima en algunos casos al nivel de ruina.

--Ausencia de zonas verdes y áreas de ocio acordes con un producto de más calidad, lo cual exige intervenciones públicas.

--Pésima gestión de los servicios públicos, en manos de unos ayuntamientos que obtenían la mayor parte de sus ingresos sólo de las licencias de obra y que, al pararse esta, carecen de recursos para mantener la calidad de los servicios, sobre todo allí donde el usuario no es votante, como ocurre con los turistas.

Nuestro gran riesgo, inevitable por otra parte, es que parte de la sociedad, con algunos políticos al frente, piensen que el éxito de Londres es una demostración de que nuestro producto aún es viable; que quienes piden una renovación de las infraestructuras se callen ante el argumento de que con lo que tenemos logramos llenos absolutos; que se nos cruce por la cabeza que una oferta de tres estrellas es lo que demanda el cliente medio de hoy.

Deberíamos conservar la cabeza fría para entender que estos años tendrían que ser una prórroga afortunada en la necesidad urgente de renovar nuestra oferta y que, de no hacerlo, nos veremos abocados a una crisis, salvo que los países de mayoría islámica continúen indefinidamente con sus conflictos sociales internos.

Es muy ‘aguafiestas’ advertir de los peligros cuando el sector saborea el éxito, pero no deberíamos olvidar tan pronto cómo España vivió hace bien poco unas mieles inmobiliarias que han arrasado el país. Ser realista debería ser una norma.