Barcelona ha tenido todo el éxito turístico al que se puede aspirar. Desde 1990 a 2013, la Ciudad Condal pasó de tener 1,7 millones de turistas anuales a nada menos que 7,6. La capital catalana se ha convertido en un destino líder en viajes urbanos, cortos. El número de habitaciones hoteleras, de 10.260 plazas en 1990, se ha disparado hasta las 37.000 en la actualidad. El 14 por ciento de la economía de la ciudad depende hoy del turismo, cosa desconocida en el pasado.
Sin embargo, no todo el mundo está contento de este éxito. O, mejor dicho, de todo lo que acompaña este éxito. En Barcelona, cada día hay más personas que empiezan a reclamar un punto a este auge del visitante extranjero, especialmente ante las consecuencias sociales que algunos comienzan a vislumbrar.
Hoy, el 79 por ciento de la gente que camina por la Rambla no es de Barcelona. Y un 58 por ciento son turistas extranjeros. Los viajes de estudiantes europeos se han instalado como una costumbre turística en la ciudad, con las implicaciones que ello tiene en la convivencia. Además de los efectos sobre la vida diaria, hay un impacto del turismo que se siente de forma notable: más y más propietarios de pisos están reconvirtiendo sus propiedades en oferta vacacional, desalojando del centro a los usuarios habituales, que se ven obligados a vivir fuera de la ciudad. Cataluña es una de las pocas regiones con una legislación que permite la existencia de viviendas vacacionales, siempre que cuente con el visto bueno municipal. Cumpliendo estas exigencias, los pisos se pueden alquilar a viajeros. Pero esto tiene implicaciones sociales: los residentes van siendo desplazados a las afueras, dejando el centro en manos de los visitantes foráneos.
El problema es visible en amplias zonas, aunque en La Barceloneta la queja es mayor. El barrio, de origen humilde, situado junto al mar, ha sido especialmente sacudido por estos cambios, generando una notable resistencia de los vecinos del lugar que no parecen dispuestos a ceder ante la presión turística.
Por la naturaleza de Barcelona, por su popularidad internacional, por la amplitud de sus movimientos sociales, la protesta en contra del turismo está adquiriendo dimensiones internacionales. Hay diversas plataformas donde se están organizando movimientos de resistencia ante el auge de esta actividad, intentando evitar que la ciudad pueda convertirse en un lugar muerto, al modo de Venecia que está hoy reservado para viajeros. y para el comercio.
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