España arremete contra los empresarios de más éxito

Estos días, a modo de aperitivo, he visto -y comentado en este digital- algunas informaciones periodísticas que critican la supuesta avaricia del sector hotelero español que, como saben, está consolidado y en expansión por el mundo. Veremos muchas más críticas y no sólo en boca de los medios de comunicación sino que, una vez que se asienten, muchos de los nuevos gobiernos empezarán a atacar con dureza a uno de los sectores económicos españoles que ha triunfado en el mundo. Yo creo que, a lo largo de la historia, los hoteleros han cometido errores, pero tomando en consideración lo bueno y lo malo, probablemente sea uno de los sectores más ejemplares que hay en España.

Para mí, la primera razón por la que los hoteleros han llegado tan lejos es que es uno de los pocos sectores económicos que jamás ha dependido del poder político. El turismo es un sector profundamente liberalizado, por lo que el que vale triunfa y el que no cierra. Un turista nórdico puede viajar a España, si quiere, pero también puede hacerlo a cualquier otro sitio, por lo que por supuesto no hay clientes cautivos, ni proteccionismo que valga. Eso lleva a los nuestros a extremar su ingenio, su creatividad, su imaginación. Y sin subvenciones, porque en grandes líneas, el turismo no es un sector que viva del Estado.

A partir de ahí, nuestros empresarios han creado un modelo que lo han exportado a todo el mundo. Y ahí han empezado los problemas. Parte de nuestra sociedad no ha aceptado el éxito. Compramos coches extranjeros, vestimos con ropa paquistaní y usamos teléfonos chinos diseñados por los americanos, pero no perdonamos que un sector español salga al mundo y que encima tenga éxito. El razonamiento es que “se llevan el dinero” porque en lugar de ello “deberían pagar más salarios”.

Para quien no entienda lo mínimo de la economía, explicaré porque estas dos últimas acusaciones son inadmisibles y ridículas.

En primer lugar, vivimos en una economía de mercado, lo cual quiere decir que hay una atribución de recursos en función del retorno que se genera. Los trabajadores no cobran salarios en función del rendimiento que tiene su empresa, sino en función de la oferta que haya en el mercado. Recuerdo que hace unos años se pagaba oro a los submarinistas que hacían obras en los puertos. La razón no era que los puertos fueran especialmente caros, sino que no había especialistas. Esta es la lógica que se aplica en la economía de mercado. Y en el mundo entero. Los trabajadores no cualificados de Apple, por mucho que esta empresa tenga un negocio que es como una máquina de imprimir billetes, cobran lo que el mercado indica, quizás con un pequeño plus; los que tienen un valor añadido irremplazable prácticamente determinan ellos mismos su salario. Y eso es lo que se negocia y se acuerda en los convenios colectivos de la hostelería. Igualmente, cuando una empresa va mal, no puede rebajar los salarios, sino que primero deja de dar beneficios, frena sus inversiones, recorta el gasto corriente que puede y, finalmente, reduce plantilla. Lógicamente, la hostelería sigue estos patrones, pero como todos los demás sectores económicos, en todo nuestro entorno. Los trabajadores, por su parte, actúan igual: si sus capacidades le permiten aspirar a un trabajo mejor pagado, pues se marchan sin muchas contemplaciones, como corresponde. Es la economía de mercado. Esto no quiere decir que todo sea maravilloso, porque hay muchos problemas con la formación, con la movilidad, etcétera. Pero es el modelo que tenemos, imperfecto pero el mejor conocido.

Hay una segunda cuestión que es eso de que “se llevan el dinero”. Este es uno de esos tópicos que circulan y que, a la larga, pueden ser tremendamente dañinos. Los hoteleros no se llevan el dinero, entendido como coger la pasta y correr. Los hoteleros han invertido fuera y la propiedad sigue en España. Eso es estupendo para el país. Lejos de ser un error, como se da a entender, permite que a España vengan los beneficios generados en otros lugares. Lo que no puede ocurrir es que nos quejemos de que la Seat, por ejemplo, sea alemana, aduciendo que las decisiones se toman lejos y, sobre todo, que los beneficios se los llevan a Wolfsburg, y al mismo tiempo quejarnos de que la mitad del turismo de Cancún sea en hoteles españoles. O está bien una cosa o la otra. Pero nuestro país se queja de las dos cosas. Sin embargo, que tengamos inversiones en el extranjero es excelente porque los beneficios retornan, porque las bases están en España, porque la decisión la tenemos nosotros, porque dominamos los mercados, porque aprendemos, porque controlamos la trasferencia de inteligencia, porque diversificamos. Si no hubieran sido los españoles quienes invirtieron en Cancún (o Dominicana, o Costa Rica, o Cuba), habrían sido otros, porque hay mercado, hay clientes, hay negocio y, por lógica, habrá hoteles. ¿Debemos dejar que sean otros los que tengan su negocio diversificado, mientras nosotros quedarnos aquí, encerrados, esperando que un año malo nos hunda?

Sin embargo, aquí hemos lanzado estas críticas y ellas ya circulan solas. Y esto es peligroso, al punto de que puede ser suicida. ¿Qué hace que una cadena hotelera líder siga con su base central en España? Sólo el cariño a su país. Lo demás es reemplazable, incluso muchas veces con menos costes. Se podrían marchar mañana. Incluso quizás con beneficios fiscales porque por ahí fuera no todos los países son tan memos de rechazar al inversor. Por ello es muy peligroso atacar a este sector empresarial. Porque es injusto y falso pero, también, porque simplemente podremos conseguir que se vayan del país.

Pero hay varios lugares de España donde las dinámicas están lanzadas, con una criminalización absurda, propia de partidos políticos sin comprensión de la realidad, propia de sectores sociales que no entienden qué significa economía de mercado. El riesgo es más para España que para los hoteleros, a quienes probablemente tampoco les gusta nada la que está montándose.