Hablando de la solidaridad humana, no quisiera que nadie se sintiera criticado, ni despreciado, ni porque detrás de sus acciones humanitarias haya fotografías de lo que hace, ni porque vistan pañuelos de seda cubriendo sus cabezas como embajadores plenipotenciarios de tal o cual organización. Nuestra sociedad está llena de egos revueltos. Pero nada que decir, nada que juzgar, cada cual es como es.
Yo en cambio me quedo con la imagen nítida, aunque sus nombres estén difuminados en mi memoria.
Todos los fines de semana y alguna vez entre semana me acercaba al aeropuerto donde mis compañeros facturaban nuestros vuelos a Iberoamérica. Un día alguien preguntó por el responsable de la línea aérea -se referían al jefe de turno, no a mí - pero uno de los empleados se acercó a mí y me pidió que hablara con aquella persona. Era un jesuita, llevaba exceso de equipaje y no tenía dinero para hacer frente a ese estipendio. Le pregunté qué llevaba en las maletas ¡Medicinas y material médico! Sin mediar palabra, me abrió las maletas y era verdad. Desde entonces manifesté a mis compañeros que cuando se encontraran ante esta situación les dejaran facturar las maletas, comprobando antes lo que portaban las mismas.
Me quedo con la imagen del jesuita, las monjas, los cooperantes, que jamás he visto en revistas o reportajes, me quedo con esas gentes que, con una gran humildad y la cabeza alta, hacen tanto por tantos y no son más que unos desconocidos, son seres anónimos, y por eso mi respeto y admiración porque no sé si yo sería capaz de hacerlo como ellos lo hacen, llevando el bien, y haciendo que Dios cubra con su manto a tanta gente humilde y pobre que existe por desgracia entre la humanidad.
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