Mi gran amigo José Antonio Silva, que nació en Santiago de Compostela, cuando se incorporó en la empresa que yo dirigía me dedicó unas palabras inolvidables. Estas letras las publicó con la Editorial Ronsel. Dado su interés para los que empiezan como para los pilotos que ya están en líneas aéreas, me permito hacerlas llegar a todos:
"La luna era llena, grande y prometedora. Una aeronave DC4 se dejaba bañar en sombras azuladas mientras cruzaba Europa de arriba abajo. En una noche como ésa, a tres mil quinientos metros de altitud y a solo tres millas por minuto de velocidad, todo suele discurrir de forma agradable.
Los cuatro vetustos motores de la aeronave mantenían el ronroneo, lo que era augurio de buen vuelo. No había ni una ráfaga de aire ni una nube aislada que le impidiera deslizarse, como si el cielo fuera un lago de aguas mansas. Esa nave, solitaria, volaba arrastrando sus achaques de tantos años de vida azarosa: el final de la II Guerra Mundial, el puente aéreo de Berlín, el drama de Argel y la rebelión sangrienta de Katanga,
Este viejo soldado había luchado en todos esos escenarios, antes de acabar sus días en el cómodo retiro de Aero Cargo, una compañía de carga que gracias a las influencias de su presidente había conseguido un contrato sustancioso de la aerolínea nacional: un vuelo diario nocturno Madrid-Londres y regreso.
Pero para un piloto la felicidad completa no existe. Mientras los aviones de la compañía de bandera eran aparatos modernos y bien mantenidos, ellos pilotaban esa reliquia con unas carencias que a día de hoy serían impensables.
Este DC4 no llevaba antihielos en las alas, solo unos tubos de goma que, en caso de formación de hielo -lo cual ocurría en cuanto se atravesaba una nube- se inflaban cuando el mecánico accionaba un mando destruyendo la capa helada que se formaba en las alas. Tampoco tenía tuberías. Los bordes de ataque de las alas se habían pintado cuidadosamente de negro. Así, ningún inglés cretino e intransigente podía averiguar la superchería.
Cada vez que el avión atravesaba una formación nubosa, inmediatamente se cargaba de hielo, se negaba a seguir volando y mostraba una terca afición a entrar en pérdida. Pero eso era lo de menos.
Mientras los pilotos estaban hablando de cosas intranscendentes, contando sus propias aventuras en otros aviones y de otros tiempos, de pronto el carburador del motor número tres explotó. El mecánico tuvo que reducir la potencia, pero no habían pasado ni cinco minutos cuando el motor uno también reventó.
La situación había cambiado. El copiloto tomó el micrófono y, sin decir una palabra, esperó la orden del comandante. Cuando éste asintió con la cabeza la radio lanzó al aire el mensaje que ningún piloto desea lanzar: mayday, mayday.
El comandante decidió tomar la base militar de Cognac. Frente a una gran niebla bajaron los flaps, las ruedas y, sin prácticamente ver nada, aterrizaron golpeando algo que no llegaron a saber que era cuando el avión terminó su carrera en la pista. Terminaron de fumar los últimos cigarrillos que les quedaban, detuvieron los motores. Todo estaba negro, pero estaban vivos. Fumaron sin hablarse.
Poco después llegó hasta el avión un coche. Era el oficial de guardia que había encendido las luces de pista y puesto en marcha las radio ayudas. Trató de excusarse.
Siento no haberles podido ayudar más. Yo no soy controlador, soy piloto, señaló el oficial. ¿Puedo ayudarles? pregunto el piloto francés. En este momento, los pilotos cruzaron la niebla en busca de la hospitalidad del barracón militar y una buena taza de café.
En la vida de todo hombre hay siempre un instante decisivo y probablemente en ese instante es cuando se escribe su futuro".
Gran y ameno comunicador el desaparecido Jose Antonio Silva. No entiendo ese enfasis en decir donde nacio, los Gallegos ya estamos muy cansados de la arrogancia consentida y alabada de una pequeña ciudad con una importancia impuesta por unos politicos guiados por curas ambiciosos y guardiantes de su mentira.