Sin nosotros (turismo), KO en el averno

Si han tenido noticia de la última EPA sobre la evolución de la persistente y gran tragedia española (el desempleo) habrán observado que la sociedad española –los empresarios, principalmente- han alcanzado una gran victoria al ser los culpables de que se hayan creado casi 300.000 empleos en los últimos meses.

Los agoreros (en España esos especímenes nunca están en extinción) siempre suelen poner todo tipo de “peros” cuando hay una buena noticia. Pero las cifras son tozudas y lo que es más decisivo representan la verdad de los hechos frente a la subjetividad de las opiniones.

El sector turístico es el gran culpable de la única buena noticia que hemos tenido últimamente por estos lares. Sabemos que hay mucho empleo coyuntural pero nadie ha dejado escrito que la vida sea permanente. Con ese tirón de la industria turística al PIB nacional en el capítulo vital del empleo se confirma la importancia que tiene para el devenir hispano. Si el paro se ha situado en el 20 por ciento (cifras oficiales porque sabemos que la economía “sumergida” camina por otro lado ha sido gracias a ustedes los empresarios, ejecutivos y trabajadores del Sector. Algún día la sociedad debería reconocer esos méritos.

Si el resto de los sectores productivos se comportara similarmente es seguro que el paro en nuestro país no sería el terrible drama al que parece que nos hemos acostumbrado. ¡Qué remedio!     

HUELGAS ASESINAS

Hilando lo anterior con lo que sigue podemos hacernos una idea de lo que el columnista quiere transmitir. Para mantener lo logrado (que es impresionante) pero sobre todo para mejorarlo no podemos volvernos locos. Quiero que sepan que las organizaciones sindicales son un elemento básico en una sociedad democrática. Por supuesto. Podríamos cuestionar ciertos procederes poco limpios de los sindicatos en España pero eso es harina de otro costal.

Cualquier tipo de organización de empleados y trabajadores para defender sus legítimas aspiraciones y derechos no puede olvidar nunca el interés general porque de lo contrario no sería ni uno ni lo otro. Programae huelgas en los intestinos básicos en momentos clave es algo muy viejo y manido que no ha dado, precisamente muy buenos resultados para aquellos que programan lo que hace unos lustros se conocía por estos lares como “huelgas salvajes”.

¿Quién en su sano juicio no va a apoyar las reivindicaciones justas de unos profesionales que dedican su vida a estos menesteres? ¿Quién con limpieza de alma no sustentará con determinación mejoras de salarios, seguridad en el empleo y seguridad en su quehacer? Nadie. Pero para que esas causas sean realmente justas no se puede golpear hasta dejar sin posibilidad alguna de supervivencia lo que sería sostener y mejorar.

Hablo de las huelgas en el sector transporte –aéreo, marítimo o terrestre- que no puede colapsarse en momentos claves. Porque pillar a un cliente/turista o turista/cliente que elije nuestros destinos no es algo ni barato, ni fácil. Tirarlo por la borda de un avión, de un barco o de un autobús sólo puede conducirnos al desastre. No hay que olvidar nunca que estamos ante unos clientes muy volátiles y en una industria muy particular.

El Estado de Derecho tiene mecanismos más que suficientes para encontrar puntos de consenso entre las partes en conflicto, máxime cuando lo que está en juego es la seguridad nacional, su desarrollo económico, la creación de empleo mediante la inversión y la fidelización del cliente.

Es suicida para todos ir al programa máximo de confrontación; han pasado ya demasiados años y demasiadas cosas en España como para andarnos ahora a ver cómo asaltamos el palacio de Invierno. Los que quieren sacar unos euros más –insisto, legítimo- recurriendo a huelgas destinadas de antemano al fracaso se quedarán sin los euros y, probablemente, sin empleo. Un poco de moderación y sensatez, please.

Nuestros empresarios no son aquellos de los años 60 donde no había derechos de casi nada. Y sus empleados deben dejarse caer los pelos de la dehesa porque la realidad es la que es y el Muro de Berlín cayó hace ya 26 años.

¡Espero que me haya explicado! O al menos que usted me haya entendido.