El mundo quiere viajar a Cuba. Las expectativas son descomunales. Todas las compañías aéreas estaban preparadas para volar a Cuba, porque aquello tenía que ser el negocio del siglo. O sea que el viaje de Obama a Cuba era el pistoletazo de salida al lanzamiento del mayor flujo de turistas y viajeros que se podía esperar.
Han pasado los meses y las cosas empiezan a estabilizarse y a revelar su verdadera dimensión. Y ¿cuál es esa dimensión? Pues tal vez menos de la mitad de lo que se pensaba. Por ello, por ejemplo, Silver Airways, la compañía aérea regional de Florida que hizo la mayor apuesta por Cuba, empieza este primero de enero una servera reducción de sus frecuencias. En cinco de las seis rutas que operaba desde Fort Lauderdale van a bajar los servicios. Especialmente serán notables los recortes a Santiago.
Pero Silver no es la única que ha tenido que aplicar las tijeras. American, que es la líder en el Caribe, anunció el 2 de diciembre que desde febrero reduciría los vuelos a cinco ciudades secundarias de Cuba, manteniendo los vuelos a La Habana.
En otras palabras: Cuba aún dista mucho de tener la dimensión –por razones económicas, claramente– que tienen otros destinos del Caribe y del mundo.
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