Todos nos hemos tomado a risa las 'cataratas' de agua que caían en varias zonas de la terminal 4 de Barajas, tras las lluvias de los días pasados en Madrid. No nos queda otro remedio, porque todos sabemos el precio absolutamente descomunal que tuvo este aeropuerto, que convierte en inexplicable esta situación.
Hoy en día, nadie diseña un aeropuerto pensando en la protección de las inclemencias del tiempo. El objetivo tiene más a ver con el diseño que con la simple funcionalidad. Y en buena medida es correcto, porque se da por hecho que un aeropuerto nos protege del viento, de la lluvia y de la nieve. Pero lo visto estos días en Barajas no era una gotera para poner un cubo de agua, eran verdaderos aluviones que, supongo, exigen de la propiedad un trabajo cuidado para determinar qué ha fallado y qué hay que corregir. Porque no es aceptable tal inundación en un aeropuerto nuevo.
Sin embargo, igual que a nadie parece importarle la función básica de una terminal aérea, tampoco nadie adopta medidas para resolver el desaguisado. Da la impresión de que esta situación no se volverá a producir hasta que vuelva a llover de igual manera. De forma que nuestra nueva realidad es esa: no hacemos nada y las vemos venir.
El precio de Barajas debería incluir la función de resguardo de la lluvia y no sólo la de centro comercial. Me parece mejor que Aena se adapte a esto que no que los viajeros no acostumbremos a llevar chubasquero dentro del aeropuerto.
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