No ocupan los mismos espacios en los medios de comunicación internacionales, pero este sábado por sexta semana consecutiva, el centro de París y de muchas otras ciudades francesas, fue de nuevo el campo de batalla para los “chalecos amarillos”, el movimiento que protesta contra la política de Emmanuel Macron, el presidente de la República. En Francia, ciertamente, la protesta sigue viva, aunque no como el primer día.
La sucesión de manifestaciones, notablemente menos violentas, está provocando auténtico malestar entre los agentes turísticos porque, aunque estamos en momentos del año de muy poca demanda, el daño a la economía es evidente. No sólo porque los agentes y operadores turísticos siguen teniendo que cerrar sus establecimientos, sino porque la imagen del producto turístico entre los clientes que vienen desde procedencias lejanas está deteriorándose a pasos agigantados.
Los agentes de viajes denuncian caídas en las ventas, pérdida de clientes, retroceso en la facturación. No es que sean cifras espectaculares pero hay que tener en cuenta que estas protestas precisamente tienen lugar porque en Francia el clima económico es bastante malo: el país sufre una tremenda presión fiscal mientras que la economía está creciendo a un ritmo mínimo y pocos ven una salida de futuro.
Ya había pasado que el anterior presidente, François Hollande fue expulsado del gobierno por los ciudadanos; antes había pasado lo mismo con Sarkozy y así nos podemos remontar. Los gobernantes son impopulares porque no resuelven la crisis que Francia va arrastrando desde hace más de una década.
Hasta un español, que ha pasado por una recesión tan profunda como la de 2008, nota que en Francia las cosas no van bien. Que el clima económico está ralentizado. Pues bien, a eso le sumen las huelgas y protestas semanales e imaginen qué sensaciones tienen los operadores turísticos.
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