Duros, pero sólo de boquilla

Ha pasado ya un año y miles y miles de viajeros que tenían comprados billetes con compañías aéreas siguen sin que se le haya reembolsado el dinero que han pagado. La cuestión es muy seria simplemente porque es ilegal. Sobre cualquier otro argumento. La legislación en vigor en Europa establece que si por razones ajenas al deseo del viajero se tiene que suspender el vuelo, este tendrá derecho al reembolso. Y basta.

Es verdad que algunas compañías aéreas, pese a la situación financiera tremenda a la que se enfrentan, han hecho grandes esfuerzos para reembolsar el billete. Han intentado evitarlo de mil maneras, pero muchas, al final han aceptado lo inevitable. Porque ya me dirán qué sentido tiene para alguien que iba a una boda, para alguien que acudía a un evento, o para quien pensaba volar a un país que aún hoy sigue sumido en el caos, aplazar el desplazamiento. No es lo mismo quien tiene un negocio o familia en un país y desea viajar, da igual cuando, que quien lo hacía puntualmente y ahora no encuentra la razón para ello, pasado un año.

Sin embargo, con todo, aún quedan quienes no reembolsan. Y quedan quienes no lo hacen y reciben ayudas públicas. Lo que nos conduce inevitablemente a preguntarnos qué clase de gobierno tenemos que no actúa de oficio en la protección de los intereses de los viajeros. Nadie puede ignorar que esto es un problema para las aerolíneas, pero al final, ellas nunca debieron de tocar el dinero con el cual el viajero se pagaba un traslado determinado que jamás llegó a producirse. Todo lo demás son historias.

El Gobierno, en lugar de hablar como un botarate sobre los débiles y sus derechos, debería haber resuelto este problema. Un año después es totalmente inaceptable que este asunto siga enfadando a los viajeros. Quien pensaba desplazarse con familia, a un destino lejano, puede estar esperando que le devuelvan quizás hasta más de cinco mil euros, que son suyos y no admiten discusiones.