Llevamos ya más de año y medio sufriendo las consecuencias tremendas del Covid, con una cadena de crisis interminables. Para tener una idea de la dimensión del problema, pensemos que en España el Instituto de Estadística certifica que septiembre ha sido un mes excelente, con un crecimiento del 311 por ciento sobre el año pasado y así y todo nos quedamos a la mitad que en 2019. La primera mitad de este año ha sido tiempo perdido, con cifras irrelevantes de turistas.
O sea, estamos fatal, por más que todo el mundo quiera ver el vaso medio lleno, como es lógico cuando se sale de una crisis.
El verdadero indicador de la recuperación en realidad parece que empezará este lunes, día ocho, cuando por fin se reanuden los vuelos atlánticos hacia Estados Unidos. Este, definitivamente, parece ser el hito clave. Todas las grandes aerolíneas mundiales, especialmente las americanas y europeas, han detectado en sus reservas un boom espectacular, indicador de una demanda latente que no había sido satisfecha. Ayer, la última de las grandes compañías, Delta, dijo que sus sistemas están registrando aumentos de hasta un 400 por ciento en las reservas.
Siendo esto así, podemos aventurar que 2022, siempre y cuando no haya una sorpresa –que en este tema no se puede descartar– sería el año en el que se puede llegar a un nivel de actividad que ronde el ochenta por ciento de lo normal. Esto sería un éxito absoluto, conformando el escenario menos malo posible.
Vean las cifras de IAG, el conglomerado angloespañol: este año perderá 3.000 millones de euros y, encima, hay satisfacción porque parece que las cosas entran en una situación de control. Increíble.
Así que hay que esperar y ver, pero estamos probablemente ante el inicio de una recuperación que tardará mucho en alcanzar el nivel del 2019. Pero las pérdidas serán manejables. Y la crisis, controlable.
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