El negocio peor parado con el Covid

El Covid ha generado víctimas por doquier. Probablemente los peor parados a título individual no salen en las noticias sino que se pueden entrever en la fría estadística: la caída brutal del Producto Bruto Interno de incontables países, especialmente del tercer mundo, oculta tragedias sociales tremendas.

En los países ricos, en cambio, el problema social está más atenuado por las subvenciones públicas, pero en algunos sectores económicos, sin embargo, las cosas han ido peor que en otros: la hostelería, el ocio, el turismo y el transporte aún no han salido del caos y llevamos ya dos años.

En todo este panorama desolador, hay un negocio que ha sido literalmente destruido. La industria de los cruceros era una mina de oro, prácticamente concentrada en unas pocas manos. Desde hace ya años ganaba el dinero a espuertas, con poco sentido de la responsabilidad ambiental –todo hay que decirlo.

Pero nadie ha sufrido el virus como los cruceros. Las escenas de barcos que no podían atracar a puerto porque había contagiados y enfermos a bordo provocaron pánico en los clientes. Desde marzo de 2020 todas las flotas tuvieron que regresar a puerto. Los que han intentado operar desde entonces a hoy no han hecho más que añadir pérdidas a sus ya desastrosas cuentas financieras porque no basta con sacar el barco al mar sino que hay que vender las plazas, lo cual hoy es absolutamente imposible.

Ahora, antes de la aparición de Omicron, parecía que podría haber un repunte, siempre y cuando se controlara muy bien que los viajeros estuvieran vacunados. De hecho hubo cierta normalización. Pero llegó Omicron y de nuevo todo ha saltado por los aires, especialmente en el Caribe. Con un virus que se contagia mucho más fácilmente, las posibilidades de sufrir un brote a bordo se disparan, de manera que, de nuevo, las grandes navieras o bien dejan sus barcos en puerto o, por el contrario, los mantienen pero sin casi clientes.

Desde luego, no se me ocurre nadie para quien el virus haya sido tan brutal.