El sábado pasado, con el espacio aéreo saturado, Easyjet tuvo que cancelar 40 vuelos desde o hacia Gatwick, en Londres. Este lunes, supongo que tras haber visto los efectos de esas cancelaciones, decidió no operar 1.700 vuelos durante los meses de verano. (Easyjet cancela 1.700 vuelos para el verano por el colapso)
Según la compañía, el 95 por ciento de los pasajeros fueron recolocados en vuelos en horas cercanas, en las mismas rutas. El resto tendrá que buscarse la vida. La prensa –yo soy periodista—publicaba este martes “caos para cientos de miles de viajeros”, “vacaciones truncadas”, etcétera.
Francamente, es bastante vergonzoso. Que a un viajero le cambien el vuelo de las 11 a las 14, dentro de tres o cuatro semanas, es absolutamente irrelevante. Claro, es uno de los “miles” de afectados, porque afectado quiere decir que la medida tenga algún efecto. Es un efecto menor, pero es un efecto.
En segundo lugar, Easyjet va a hacer 90 mil vuelos en este periodo, por lo que 1.700 vuelos no llegan al 2 por ciento del total. Suenan inicialmente a mucho, pero cuando se mira en conjunto, es prácticamente nada.
En realidad, el único efecto de importancia tiene lugar en dos tipos de pasajeros: los que van a volar en las próximas horas y que se encuentran con la necesidad de reorganizarse urgentemente y, los pocos que, aunque van a volar dentro de un tiempo, han de desplazar su viaje de una fecha a otra. En esos casos, casi siempre todo tiene solución, por mucho que sea un incordio.
Pero la narrativa periodística tiene que hablar de caos y de desastre. Pero observen que este sábado hubo 40 vuelos cancelados por lo que sea, normalmente saturación, falta de rutas en el espacio aéreo. Y esos vuelos cancelados cuando ya se está en el aeropuerto son un desastre para los viajeros, sin que la prensa publique ni una línea sobre el asunto.
Estas desproporciones tan groseras afectan a la credibilidad de la profesión y no hacen bien a nadie. Tampoco a los pasajeros afectados.
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