El fondo de inversión BlackRock ha comprado dos aeropuertos, el de Gatwick y el de Edimburgo. La operación supone que el nuevo propietario será un grupo inversor, financiero, y no lo que se solía llamar “grupo industrial”. Ya lo era el anterior propietario. Hay que remontarse varios años atrás para encontrarse con alguien que gestionara esas terminales y que fuera un verdadero interesado en la aviación, o sea un especialista.
La futura gestión de BlackRock, como la de la mayoría de los fondos de inversión del mundo, se basa en un único indicador: el beneficio, los ‘profits’ en inglés. Aquí lo importante es la palabra “único”: para los directivos de estas empresas, comparecer ante los inversores equivale a ofrecer resultados.
Los inversores no son señores lejanos y misteriosos. No, son personas comunes y corrientes que han puesto cien mil, dos cientos mil, medio millón de dólares en un fondo de inversión y que esperan beneficios. Esta gente, en muchos casos jubilados, casi siempre personas de bien, esperan vivir de los réditos de su dinero. Y eso es lo que exigen al gestor.
Nada de bobadas: rendimientos, beneficios. En las juntas de accionistas no se habla de cómo se ha conseguido ese beneficio, excepto que se viole la ley de forma descarada, pero por explotar todos los recovecos que queden, por externalizar toda la plantilla, por sacar el jugo al último dólar invertido no habrá quejas. Es más, puede haberlas por lo contrario.
¿Entendemos por qué la gestión aeroportuaria, como muchos otros sectores, se ha deshumanizado brutalmente, basándose únicamente en el beneficio?
Recuerden, lo importante es ese “únicamente”.
Que se lo digan a Aena, cobros por todo, tasas por todo, beneficios por un tubo