La industria hotelera se ha lanzado a por el dinero, dado la tremenda competencia que existe en los niveles medios de la gama. Ocurre en incontables ciudades: para vender han de pasar por plataformas que se llevan una comisión desmesurada y entonces ellos ahorran por donde pueden.
El ayuntamiento de Nueva York, precisamente, ha adoptado medidas para combatir este fenómeno frecuente en muchos lugares del planeta.
Lo describo:
Primero: supresión de la recepción. El cliente llega, ha recibido un e-mail o un SMS con la contraseña del acceso, y justo al pasar la puerta hay una máquina para hacer el check-in automático y el pago. Sólo entonces recibe la tarjeta para abrir su habitación.
Segundo: servicio de habitaciones restringido. De una manera o de otra, hay muchos hoteles que restringen el servicio de habitaciones. O sea que si el cliente quiere ha de pagar aparte. Y si no, pues sin hacer la cama hasta que se marche.
Lo del desayuno y bar no ha empeorado porque ya hace mucho tiempo que es habitual que el cliente pueda escoger cómo y qué quiere.
¿Qué diferencia esta tendencia del mundo del alojamiento de lo que ha venido ocurriendo con la aviación low cost? Poco, francamente.
El “ansia viva” y los liberales libertarios, aplaudiendo con las orejas.