Que el Gobierno tenga la tentación de introducir una reducción del horario laboral como la que tiene entre manos sólo es posible porque es electoralmente rentable. Es exactamente lo mismo que ocurre con la subida del salario mínimo: tiene apoyo social. O lo que pasa con poner un tope al precio de los alquileres, por ejemplo (Reducción de la jornada laboral: la millonaria factura que pagaría el sector turístico).
Sin embargo, algún motivo hay para que ninguno de los países en los cuales los salarios son mejores que en España, generalmente en el norte y el centro de Europa, no tengan una legislación en este sentido. Y es que crea efectos secundarios absolutamente destructivos, aunque sea a medio plazo. Exactamente lo mismo que ocurre con poner un tope a los alquileres.
El Gobierno no puede regularlo todo. No debe, si no quiere caer en un intervencionismo demencial. Por ello, siempre lo mejor para mejorar la calidad de vida de los trabajadores, de forma compatible con la competitividad de la economía –asunto clave que no mueve ni un voto—es la negociación colectiva. Son los comités de empresa los que deben aplicar la presión a la empresa en su ámbito. Porque es ahí donde se puede aplicar el sentido común y no en las disposiciones generales. Ahí es donde se puede ser realista, sensato, adaptado a cada caso.
¿Cuántos trabajadores preferirían trabajar 40 horas y cobrar esas dos horas y media que ahora tendrán que estar en casa, por poner un ejemplo? ¿Ha pensado el gobierno cómo los salarios de ligeramente superiores al mínimo, han ido perdiendo peso por la subida del mínimo?
Todos estos matices carecen de peso electoral, claro, por lo que los gobiernos, únicamente interesados en los votos, los ignoran. Si las cosas van mal, el que venga después que lo asuma, porque ellos ya no estarán.
Probablemente las cosas no sean catastróficas como dicen los empresarios del turismo. Y medio año después de la entrada en vigor de la reducción de horarios todo seguirá igual. Pero a la larga, por supuesto, esto no va en el sentido que toca. Y lo sufriremos, como lo sufren otros que han optado por este camino populista. Competir significa producir y eso no es sólo un tema de horas, por supuesto, pero también, sobre todo cuando la productividad lleva años estancada. Y mucho más particularmente en el turismo, que encima en su mayor parte es un negocio de entre seis y nueve meses.