Por Marga AlbertÃ
30/3/10.- El turismo debe ser una de las pocas actividades productivas capaces de emparejar a España y Estados Unidos en cifras absolutas. Impensablemente, la llegada de turistas extranjeros lo consigue. No es sin embargo el caso de Francia. El primer paÃs turÃstico del mundo, cuyo territorio es sólo algo inferior al del Estado de Texas, recibe casi 80 millones de visitantes al año, mientras que la primera potencia planetaria en toda su extensÃsima superficie no alcanzó el año pasado la barrera de los 55 millones. Con todo, no lo estará haciendo tan mal cuando en ingresos turÃsticos se las compone para arrancar a nuestros vecinos, según qué años propicios, la primera posición. Eliminar el turismo masivo de sol y playa español no despeja la ecuación de este éxito cuando Francia no lo comparte y sólo alcanza el nivel de ingresos turÃsticos de EE UU con casi un tercio más de visitantes. Una lección de eficiencia de un paÃs donde la industria de viajes ni siquiera es un componente prioritario en la gestión pública y cuando aquà nos desgañitamos con polÃticas promocionales y ofertas de todo pelaje que nos permitan arañar el cielo. Comparémonos con la vastÃsima TurquÃa (mientras podamos) y las proporciones volverán a su cauce. Hace años un minúsculo territorio como Baleares la igualaba en llegada anual de turistas extranjeros. Hoy ella dobla con creces las cifras del archipiélago, pero la complacencia aún es posible. Si algún dÃa nos desplazara de la tercera posición mundial, lo que no sólo es posible sino probable, siempre nos quedarÃa el recurso de creer que los herederos de Bonaparte, anfitriones por antonomasia de miles de turistas en tránsito, inflan sus cifras. Y seguramente sea cierto. Como dicen los castellanos viejos, que pase lo que sea pero que no vengan los franceses.
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