Por Mario Ramos
5/8/10.- Los agentes de viajes han salido en defensa de las corridas de toros. Es lo que tienen que hacer porque forma parte, aunque mínimamente, de su negocio. Pero no parece muy adecuado ni oportuno que, siguiendo el criterio de algún político, pidan al Gobierno que la llamada fiesta nacional taurina sea considerada bien de interés cultural, artístico y alguna cosas más, también por el bien del turismo. Arte sí hay en alguna lidia. Lo de que es cultura por costumbre y tradición es más discutible, si discutible es que sea de gente civilizada un espectáculo donde hay riesgo de muerte de personas, de caballos y de toros. La muerte de los toros no es un riesgo, es una certeza. Por eso, porque las dos posturas son defendibles, el énfasis conviene ponerlo en la libertad y en que es un aliciente más para el turista, que en su mayoría asiste al espectáculo alucinado por el colorido, el animal salvaje, el valiente toreador, y se queda en la superficie y no entiende nada. Pero tiene derecho a entrar en una plaza de toros y ver una corrida. Hace mucho tiempo que el cartel de toros no forma parte de los iconos de promoción turística, pero las corridas están ahí. El énfasis conviene ponerlo en criticar las prohibiciones de un espectáculo al que nadie está obligado a asistir, que se celebra en un lugar cerrado y que está regulado por Interior, no por Cultura. A los agentes de viajes no les falta razón, pero hay razones que ya no valen en estos tiempos de animalismo desaforado.
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