Por Pau Morata
Ha resultado muy llamativa la irrupción del hotelero que preside el consorcio Turisme de Barcelona abriendo la caja de los truenos de la posible creación de un impuesto turístico en la ciudad condal cuyos fondos se destinarían a más promoción. Chocante pretensión, esta, a la que ha dado alas, cual san Pablo caído del caballo, quien durante al menos una década se había significado como principal y más rotundo opositor a posibles impuestos -una mal llamada ecotasa, en el caso de Barcelona- que incrementasen los precios finales pagados por los clientes de los hoteles sitos en el municipio.
En paralelo a la curiosa “re-conversión” en pro de esta nueva presión fiscal pedida por este hotelero, al que dio contundente réplica su propio gremio, el debate sobre nuevos impuestos debería ser siempre un debate serio. Y por el modo y maneras en que el personaje aludido lanzó el asunto parece una más de sus periódicas “boutade”. Sobre todo cuando mencionó la recaudación estimada con cifras que no se sostienen por parte alguna en base a los datos estadísticos disponibles si, como él mismo dijo, no se gravarían fiscalmente las pernoctaciones sino las estancias.
Permítanme los lectores que me otorgue la paternidad de la expresión “spanairtasa”, que alumbré en una entrevista televisiva a la que me convocaron el mismo día en que saltó la serpiente veraniega del nuevo impuesto. Allí empecé a desgranar que si el presidente del consorcio turístico de Barcelona se pronuncia ahora -en contra de lo que siempre había hecho- a favor de recaudar fondos con un nuevo impuesto para destinarlos a promoción, tal vez haya que atribuirlo a que dicho consorcio dejó de cumplir sus finalidades intrínsecas al haber destinado muchos de sus recursos -decisión en la que tuvo mucho que ver su hotelero presidente- a la capitalización y re-capitalización de ese sueño de verano que es la rescatada Spanair “catalana”. No me cabe otra hipótesis. Porque imaginar que hubiera habido un reparto de roles entre hoteleros y que el más amante del protagonismo personal hubiera asumido el papel de malo en una rocambolesca operación empresarial para desactivar una pretensión política manejada por quienes elaboran el nuevo plan estratégico de turismo de Barcelona me parece tan improbable como descabellado.
Como improbable es que haya una justificada dimisión y como descabellado sería que los clientes pagasen el impuesto en hoteles del municipio de Barcelona pero no en los que se ubican en los municipios vecinos, con el caso más llamativo de L'Hospitalet, donde hay importantes hoteles nuevos por su proximidad al recinto ferial de la gran Barcelona.
A pesar del malestar de la mayoría de hoteleros barceloneses -cuya expresión pública más clara y contundente llegó por boca del presidente del gremio durante una concurrida rueda de prensa en la que estuvo “sembrado” en sus expresiones- la sangre no llegará al río. Y si no al tiempo. El impuesto, cual curso del río Guadiana, desaparecerá de la superficie y pasará a dormir en silencio hasta que alguien vuelva a desenterrar la pretensión. Un silencio tan sepulcral como el del secretario de estado de Turismo y en su día “oficiante” mayor de la ecotasa balear, de quien en el sector ya conocemos sus silencios, clamoroso el de mediados de julio ante el daño al sector de los controladores aéreos. Otro personaje, este, tan proclive a salir en las fotos cuando solo de eso se trata y a esconder la cabeza bajo el ala cuando hay conflictos. Pero este es otro tema, merecedor de un próximo comentario.
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