Por Marga Albertí
30/6/11.- Los partidos mayoritarios y las ciudades perdedoras en la absurda carrera por convertirse en capitales culturales europeas deberían encajar con más elegancia la victoria de San Sebastián. Quienes hayan leído el informe Palmer no pueden soslayar que la capitalidad solo funciona en el muy corto plazo, no más allá del ‘año después’ y que aun con ello acarrea casi más inconvenientes que ventajas. Llama la atención el volumen de gasto que genera para las instituciones locales y el ínfimo que aporta la Unión Europea, que hace de capitán araña estimulando una enormidad de trabajo que no financia ni en el que participa de ninguna otra forma.
Pero más allá de este debate, lo justo es admitir que San Sebastián ha ganado porque su propuesta es la mejor. Que haya pesado la contribución de la capitalidad al proceso de paz no significa que este factor haya sido determinante. Ni es negativo en sí mismo, pues el conflicto político es tan intrínseco a las ciudades vascas como a otras lo es la falta de infraestructuras, el fenómeno turístico o un rico pasado histórico. Circunstancias éstas que igualmente pueden influir, y lo hacen, tanto en la decisión del jurado como en la confección de las candidaturas. El mismo argumento político podía haber dejado a San Sebastián fuera de juego y nadie habría salido en su defensa.
Una las ciudades perdedoras ha argumentado en contra incluso que la capital donostiarra sea una de las ciudades con mayor renta per capita. ¿Es justa esta crítica? Lo es si resulta que las capitales con menor nivel de vida deben verse favorecidas en la consideración del jurado, pero seguro que más de uno no está de acuerdo en dar semejante vuelta al argumento.
No hay mejor excusa que la paz para vertebrar un programa de intercambio cultural, si es lo que San Sebastián ha hecho manifiesta o encubiertamente para convencer a Europa. Incomparablemente mejor que el compendio de vaguedades propias del peor lenguaje comercial que habitualmente configura las candidaturas. Una creía firmemente que la ganadora sería Burgos, por la simple arbitrariedad de que tiene particularidades históricas tan potentes como Salamanca o Madrid, las dos únicas ciudades españolas que hasta ahora han ‘disfrutado’ de la capitalidad cultural. Pero no, esta vez las arbitrariedades han beneficiado a San Sebastián y hay que saber perder. Muchos no le arrendarán la ganancia.
Por otro lado, quienes recriminan al jurado haberse dejado llevar por criterios políticos no dudan en utilizar un criterio político para cuestionar su decisión: Bildu, lo suficientemente refrendado en las urnas como para ganar la principal alcaldía guipuzcoana. Lo dicho, hay que saber perder. Espero que Zaragoza se replantee su intención de impugnar la elección, aunque le suponga buscar otra salida a la hipertrofiada planta hotelera que generó la Exposición Universal. Otra bicoca.
Evitemos el ridículo de ser el único país en la historia de los premios de la capitalidad en contradecir el veredicto del jurado.
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