Por Marga Albertí
19/7/11.- Los viajes en avión han perdido encanto: pasajeros que embarcan cargados como burros para ahorrarse un puñado de euros en facturar equipaje, colas borreguiles para pasar humillantes controles de seguridad, y que se repiten en las puertas de embarque a no ser que se haya pagado por reservar asiento, distancias insufriblemente largas entre éstas y el exterior, vuelos masificados, sin periódicos ni refrigerio ni posibilidad de escapar de la propaganda publicitaria, viajes tirados de precio a costa de horarios inverosímiles… Suponiendo que no se den escenarios añadidos, como esos retrasos y cancelaciones que sobrevienen sin ninguna explicación por parte de las compañías, viajar en avión hoy en día es, en el mejor de los casos, un ejercicio de paciencia. Por fortuna no suelen darse todas estas circunstancias juntas ni todas las compañías son iguales, pues de lo contrario hablaríamos con toda razón del instrumento de tortura por excelencia del siglo XXI. Y por si fuera poco los pilotos de Qantas dan una vuelta de tuerca y deciden que a partir de ahora informarán a los pasajeros de sus problemas laborales. No son los primeros en hacerlo, más de un colega español no ha dudado en descolgar el interfono para acusar a los controladores si su avión llegaba tarde. Pero es que ahora se convierte en noticia. Ya no es la justificación que se improvisa en el ámbito relativamente ‘privado’ de a bordo, sino un titular premeditado que anticipa la enésima molestia al pasajero y una medida de presión más para avivar el fuego del conflicto. Aunque esto no es nada comparado con la que se organizó en España durante el último puente de la Constitución, esperemos que no cunda el ejemplo. Sería inaceptable que un médico estresado informara al paciente de sus quejas laborales justo antes de clavarle el bisturí. Pero además está la cuestión de la credibilidad: ¿quién pondría su vida en sus manos?
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