Plantar cara a la turismofobia

Curiosamente lo que se conoce como turismofobia existe donde existe turismo. ¿Lógico? Depende de cómo se mire. Donde no se da es en aquellas latitudes españolas que darían un pie y parte del otro por contar con un buen número de visitantes que cambiarían sus tristes realidades y sus penosos marchamos económicos.

¡Así es la vida! ¡Unos aborrecen lo que otros desean! ¿Dónde está el epicentro español de la turismofobia? Básicamente, en Barcelona y en Baleares. Me interesa centrarme, por la rotundidad de la acción pública (Ayuntamiento), en la Ciudad Condal. Como bien ha recordado Francesc Granell desde que en 1908 el famoso alcalde Domingo Sanllehy creó la “Sociedad de Atracción de Forasteros” esta ciudad siempre ha hecho ímprobos esfuerzos por atraer turistas en la creencia fáctica de que era bueno para la comunidad. Hoy Barcelona recibe más de diez millones de visitantes que aportan el 15 por ciento del PIB barcelonés (una auténtica y rotunda bendición) y de ese flujo viven muchos comercios emblemáticos y otras entidades como los museos que estarían abocados a la desaparición sin el éxito del fenómeno que comentamos.

Los JJOO de 1992 puso de nuevo a Barcelona en el mapa mundial. Recordar que la ingente morterada de millones que supuso el evento deportivo (dos billones largos de las antiguas pesetas) se hizo con el esfuerzo de millones de contribuyentes de todos los rincones de España que no recibieron nada a cambio y vieron con buenos ojos la inversión descomunal del gobierno de entonces. Miles de puestos de trabajo dependen del turismo.

Desde la llegada de Ada Colau y las confluencias podemitas al gobierno de Barcelona con influyentes argentinos en plan antisistema, la turismofobia es algo que se puede cortar con una navaja albaceteña. Día sí y noche también. Tal es así que las últimas noticias (La Vanguardia, 29 de junio 2017) titulan en primera página: “Rebelión empresarial contra Colau y su actitud hacia el turismo”. Los agentes económicos del sector se sienten criminalizados por el Ayuntamiento. ¿Acaso no reciben vía impuestos y tasas lo que exigen al sector y aledaños y que, al fin y a la postre, les permiten a esos políticos cobrar sus magros sueldos y el de sus familiares enchufados? Sorprende también el desdén de elementos autodenominados “progresistas” que conllevan “tics” de caverna y ropaje feudal. ¡Quieren poner puertas al campo! ¡Quieren volver a la autarquía!

¿Quién va a estar en contra de un correcto y sensato ordenamiento urbano? Nadie. ¿Quién en su sano juicio se opone al derecho a la vivienda? Nadie. ¿Quién con dos dedos de frente y sin orejeras fachas va a cuestionar la necesidad de aliviar la presión turística en sus peores aspectos? Absolutamente nadie. No creo que haya una ciudad en el mundo donde un ayuntamiento constituido como tal fomente la turismofobia mediante grupos y colectivos ideológicamente afines al equipo de gobierno municipal.

Estos que han hecho de una ideología escasamente eficaz y largamente demagógica (vienen de gestionar la nada ó básicamente la “okupación”) su modo opíparo de vida se permiten el lujo de poner en riesgo miles de puestos de trabajo y despreciar a aquellas comunidades que no tienen ni han tenido la ocasión y la ventaja de Barcelona. Estoy pensando, sin ir más lejos, en la depauperada y abandonada España interior que, sin embargo, sí aportan sus óbolos para construir sus mega aeropuertos o las líneas de AVE que unen Barcelona con el resto de las poblaciones catalanas. ¡Menuda justicia social! ¡Menudo fiasco redistributivo!

Ya sé que la turismofobia no es exclusiva de estas señoras (es). Los extremos siempre terminan por unir sus intereses en una extraña cama.

Como ha ocurrido en tantas ocasiones a lo largo de la Historia no se puede poner puertas al campo y su determinación resultará baldía. Ahí están los empresarios barceloneses (siempre tan timoratos y atemorizados ante el leviatán del poder público) que, por una vez, se han puesto en pie y el grito se oye incluso en Canaletas.

Por los “pisarellos” volveríamos todos a las covachuelas. Liquidaron su país argentino, uno de los más favorecidos en recursos naturales, y ahora se empeñan en ahogar el nuestro. Covachuela que es el lugar donde justamente no deberían haber salido nunca. Cuando todo el empequeñecido mundo lucha desesperadamente por atraerse al turista como fuente limpia de riqueza, desarrollo y progreso, héte que aquí nos encontramos con los sujetos a los que todos los emprendedores turísticos conocen en su enfático pelaje.

En definitiva, el turismo tiene que ser agradable para el que vacaciona. Tiene que sentirse acogido. Y los vecinos ocasiones tienen que estar cómodos con los que llegan.

¿Es tán difícil?

Lo ha dicho Martín Sarrate: “Deprime que el principal problema de los barceloneses sea el turismo…”.

¡Mare de Déu!