Cómo gastar 27 millones en regenerar un destino y no mover un ladrillo

Hace unas semanas, el periódico de más difusión de Europa, el alemán Bild Zeitung, publicó cuatro páginas describiendo la Playa de Palma, la mayor zona turística de Baleares, que tiene más de 30 mil camas, como una especie de burdel sin ley, donde la delincuencia, la prostitución y las mafias tienen el poder. Esto no era precisamente lo que debería estar ocurriendo en esta zona turística en estos momentos, habida cuenta de que el 24 de julio de 2009, el Consejo de Ministros, presidido por José Luis Rodríguez Zapatero, reunido solemnemente en el palacio de la Almudaina de Palma de Mallorca, ratificaba su compromiso con la remodelación de la playa de Palma, el cual tenía que ser el ejemplo de cómo este país abordaría la reconversión de sus zonas turísticas maduras. Seguramente de una manera no intencionada, al final la Playa de Palma sí será un ejemplo. Pero de lo que no tendría que suceder jamás.

La pomposa reunión de Zapatero con sus ministros, a la que estaba invitada la flor y nata del turismo español, en realidad era la ratificación en firme de varios años de trabajos que se remontan a diciembre de 2004, cuando el Gobierno Central crea formalmente el Consorcio de la Playa de Palma, un organismo público que tenía como misión cambiar completamente la concepción del turismo en esta zona. Un consorcio que incluía a todos, desde el Gobierno autonómico hasta el ayuntamiento. Incluso se había llegado a un acuerdo para que las competencias urbanísticas no estuvieran esparcidas y así no tropezar con problemas burocráticos. Ya se imaginan la estructura burocrática creada, las sedes, los coches, las secretarías, los gabinetes.

Hoy, nueve años después de la creación del consorcio y cuatro desde que Zapatero proclamara su voluntad inquebrantable de cambiarlo todo, se han gastado más de 27 millones de euros pero no se ha movido ni un ladrillo y, peor, se ha descartado totalmente cualquier posibilidad de que el poder público haga inversión alguna, dado que todos sabemos cómo está el Tesoro. Lo último ha sido la aprobación provisional del enésimo plan de desarrollo de la zona, en este caso un proyecto que no contempla gasto económico, dado que no hay dinero. O sea que tras este tiempo, se ha disuelto el proyecto.

¿En qué pasamos estos diez años y cómo consumimos esos 27 millones de euros? Hicimos un plan estratégico sin parangón en el mundo, contratado a los mejores expertos, revolucionando el urbanismo europeo. Gastamos lo que no hay en presentarlo en las ferias turísticas más relevantes, en hacer mil versiones en realidad virtual para ver cómo quedaría un día esa zona turística, en invitar a todos los ecologistas a ver en Palma ese nuevo “paradigma urbano”, en construir una sede para el Consorcio diseñada por Jordi Herrero que era digna de ser visitada porque es incomparable, y en firmar mil convenios con instituciones de todo tipo, para que vean cómo estamos haciendo las cosas. El consorcio tuvo uno de los mejores sistemas de interactividad en Facebook, porque todo el mundo tenía que conocer esta modernidad. Los mejores jefes de prensa y comunicación. Gastamos en todo, salvo en la playa de Palma, donde las mafias de delincuentes seguían y siguen campando a sus anchas.

Con los cambios de gobierno, los planes estratégicos fueron revisados para hacerlos realistas, dando a entender siempre que los anteriores eran un poco descabellados pero, eso sí, asegurándonos que “en unas semanas” empiezan las inversiones “porque es el momento de pasar a los hechos”. Era el momento de que el mundo viera lo que estábamos planeando. Ese momento se repitió varias veces durante estos diez años, con actos públicos, ruedas de prensa y puestas de largo, pero lamentablemente nunca se concretó.

La redacción del proyecto de la Playa de Palma se puso en marcha un año antes de que se escogiera a Londres para la Olimpiada de 2012, pero mientras ellos ya han concluido su plan estratégico, adjudicaron las obras, las acabaron, hicieron la Olimpiada y están haciendo balance de cómo ha ido, aquí aún no se ha movido ni un ladrillo y la playa de Palma sigue en el mismo estado de siempre. Eso sí, de este tinglado han vivido la mitad de los fantasmas de Europa y también profesionales serios que dedicaron mucho tiempo a planos que no interesaban a los políticos ni a nadie. Al final, menos mal de la realidad virtual, porque la no virtual nunca existió.

En estos días, el Bild de Alemania publicó un reportaje demoledor sobre la delincuencia en la zona, donde trileros, carteristas y prostitutas acosan a los turistas. Aquella nueva trama urbana que los ecologistas aplaudían a rabiar, que iba a regenerarlo todo, se quedó sólo en el papel y no en el de la prensa. Hoy la degradación se ve en la necesidad de aprobar medidas prohibiendo beber en las calles, medidas que, como los alemanes no entienden castellano, no se ha podido poner en marcha porque habría que acudir a las fuerzas del orden, lo cual no es precisamente muy recomendable.

27 millones de euros, diez años, un consejo de ministros en Palma y todo acabará con una normativa estética que dirá de qué tamaño tendrán que ser los carteles de los bares. Yo creo que tenemos que aceptar que Zapatero tenía razón: la playa de Palma es un ejemplo, pero en este caso de lo que jamás tendría que suceder.