Por Marga Albertí
21/2/11.- La jubilación de los nacidos durante la explosión demográfica que siguió a la última posguerra europea tendrá efectos positivos indudables sobre el turismo. Se trata de generaciones muy viajeras, con cierto poder adquisitivo y ganas de disfrutar de este periodo de sus vidas. Pero tiene una lectura negativa a la que ha aludido más de una vez Manuel Butler, director de la Oficina Española de Turismo en Berlín: sus gustos dejan paso a los de las generaciones siguientes, que no tienen por qué ser los mismos. Los nuevos jubilados comenzaron a viajar cuando el turismo en Europa era incipiente. Muchos fueron fieles durante años a un mismo destino, casi siempre España, Francia o Italia, los países de moda entonces. Hoy esa panacea ya no existe. Los descendientes se dejan llevar por otras corrientes en un momento en que el fenómeno turístico se ha hecho universal e inabarcable: todos, emisores y receptores, compitiendo entre sí. España se mide con países mediterráneos que en los años 60 no existían para los babyboomers de cualquier nacionalidad. Destinos exóticos como el Caribe o el sudeste asiático ofrecen una imagen más fresca y virginal que el viejo sur europeo. La tarta está más repartida y las buenas noticias a largo plazo solo llegarán de los mercados emergentes o secundarios. Siempre que se actualice, allí tendrá España sus mejores caladeros. Que sean estos países los que en 2010 permitieron al nuestro remontar su caída, y no Alemania y Reino Unido, constituye un adelanto. Es pronto para saber quiénes cogerán el testigo, y si lo harán con el mismo entusiasmo que en los años del “boom”, pero no hay duda de que la pirámide se recompone. Y que el cliente informado, mudable e inconstante propiciado por las nuevas tecnologías añade a todo ello grandísimas dosis de incertidumbre.
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