Por Pau Morata
Estaban, exultantes de gozo, que no cabían en sus trajes algunos altos cargos de las administraciones turísticas españolas –y también algunos empresarios del sector hotelero- tras el “éxito” de ocupación registrado durante las fechas de la pasada semana santa y, respecto de Canarias en el primer trimestre del año. No era para menos: bonanza en tiempos de crisis y de tránsito de la madurez al declive en el ciclo de vida del turismo de sol y playa español de muchas zonas de toda la vida, las más obsoletas y hasta degradadas algunas, salvo excepciones. También estaban satisfechos los portavoces de algunas zonas de interior, pero esa es otra cuestión que poco tiene que ver con las costas mediterráneas y de Canarias.
Entre tanta manifestación de autocomplaciente satisfacción, merece la pena citar la del alto cargo de la administración central, que acudió a la televisión pública estatal para difundir no solo la buena nueva sino también que las previsiones oficiales para lo que va de año habían sido acertadas. Noticia de portada, obviamente, en telediarios sucesivos, a pesar de que tales previsiones habían sido como jugar a la lotería llevando en el bolsillo casi todos los números, de casi todas las series. ¿Acaso alguien en su sano juicio no había previsto esa bonanza debida a los problemas de varios destinos competidores norteafricanos? Aquí mismo lo habíamos adelantado, hace varios meses, al comentar que de nuevo España es un destino refugio. Bonanza, sin embargo, no debida a méritos propios –salvo la tranquilidad y la seguridad, amén de una oferta de alojamiento sobredimensionada- sino a los problemas ajenos.
Pues, para pasmo de los observadores, a colgarse medallas gracias a la bonanza y al acierto de las previsiones, y un comportamiento opuesto al habitual de esconder la cabeza bajo el ala y no salir a la palestra cuando hay problemas.
A quienes valoramos esta bonanza como pasajera y coyuntural y sostenemos que la crisis receptora española es estructural nos hubiera gustado menos autocomplacencia política y empresarial, más dosis de realismo y un mensaje transparente que podría resumirse en algo parecido a un “nos ha tocado la lotería… aprovechemos ahora los beneficios para corregir algunas de las cosas descuidadas en los últimos años”. Pero decir esto ni es del agrado de quienes lo deberían pronunciar ni de quienes no desean oírlo porque viven al día sin querer pensar en el futuro, tan incierto él, o por tener la mayoría de los huevos recogidos en gallinas y cestos extranjeros.
Así pues, alegría sectorial una vez más, que ya son varias a lo largo de las últimas tres décadas, a pesar de la divergencia en los ritmos mundiales de aumento de la oferta hotelera y de la demanda de sol y playa. Y cuando Túnez se recupere –tal vez en uno o dos años- bien recibido será por quienes allí tienen hoteles y la convulsión les ha privado de los beneficios que se obtenían en tiempos de los depuestos gobernantes. Y si Egipto se recupera, una vez más tras una de sus cíclicas crisis de inseguridad… pues a esperar, porque seguirá siendo un polvorín cercano a una bomba de relojería. Y si la crisis de Libia acaba con la creación de un nuevo estado democrático -o dos estados, algo cada vez menos probable- y sus futuros gobernantes quieren abrir sus playas y monumentos al turismo europeo… pues a desembarcar prestamente allí y a obtener dentro de pocos años unos márgenes y excedentes aquí imposibles. Salvo ahora, coyunturalmente, gracias a la bonanza pasajera debida a la demanda desviada. ¿Y España? Pues relegada de nuevo, y a esperar otra oportunidad de ser el destino refugio.
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