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EDICIÓN ESPAÑA

Cómo se llega a ser hombre

 

Tomás CanoPor Tomás Cano

En ocasiones me acerco hasta donde reposan mis padres. Se fueron casi sin poderles decir cuanto les quería. Cuando me siento frente a sus frías lápidas les pregunto por mi vida y mis preguntas van hacía el cielo como volutas de un fuego o tal vez alcanzan el universo infinito.

Dónde están aquellos a los que consideré mi familia, aunque no corra por sus venas la misma sangre. Dónde aquellos que una vez fueron y ya no son los mismos que encontré en mi vida durante mis años en el transporte aéreo, aquellos que te pedían para que incorporaras más aviones o de lo contario su compañía touroperadora desaparecería, por los que se hicieron pilotos a mi vera, mecánicos, auxiliares, técnicos de operaciones jefes de escala. Todo cuanto hice por ellos lo volvería a hacer.

¿Dónde están todos ellos en estos momentos?

La respuesta que obtengo es siempre la misma --ama a tus hermanos, al final son todos hijos del mismo padre--. Siempre hay un pero en la vida y no dejan de repetirme “si la obra de tu vida puedes ver destrozada y sin decir palabra volver a comenzar eres un hombre hijo mío y eso es exuberante”.

Cuando me siento odiado, no soy capaz de odiar, a pesar de que lucho y me defiendo, ¿sigo siendo entonces un hombre?

¿Por qué ese fervor por odiarnos los unos a los otros?

¡Porque la memoria es corta y la ambición es grande!

¿Qué grandes mentiras son el fracaso y el triunfo?, la respuesta es siempre la misma ¡Conserva la cabeza!

Probablemente si sigues haciéndote estas preguntas y eres capaz de asumir las respuestas, cuando mueras, por lo menos dirán de ti que eras un hombre, no esperes que digan más y eso, hijo mío, es mucho, no todos en general llegan a ser hombres.

Cuando me hago estas preguntas para mí, esperando la respuesta de mis padres, me viene a la memoria un poema que leí hace tiempo, de Ana Rosa Carazo.

“Qué próximo el ayer, ya tan lejano, cuando evoca memoria el tiempo ido. Qué cercana la muerte y sus contornos, que apetecida paz en la ceniza.

Qué cúmulo de flores marchitas que brindaron eternas primaveras y que sólo lucieron un instante.

Qué veloz y frenética carrera por alcanzar la meta deseada.

Y qué interrogación sobre el destino tras la vida vivida en un instante”.


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