Por Fernando Urrea
Hay signos de inquietud en Benidorm porque la ocupación media del año pasado, superior a la del anterior, ha estado en torno al 75 por ciento. Mantienen los empresarios que se ha conseguido a costa de bajar los precios, lo que es cierto y nada equívoco, y de perder rentabilidad, lo que también es cierto, pero equívoco por lo relativo. Podemos saber la diferencia entre tarifas de dos años consecutivos, alternos, de temporadas o de meses, pero ni la ocupación ni los precios nos dan una idea exacta de la situación si no conocemos los niveles de rentabilidad anteriores para compararlos con los actuales. Es elemental deducir que no toda bajada de rentabilidad supone pérdidas, como tampoco un incremento de precios supone automáticamente un incremento de la rentabilidad. Y también es elemental que el mundo del turismo tenga en el negocio hotelero de Benidorm un claro ejemplo de saber hacer y mantenerse. Una ocupación continuada del 75 por ciento, con clientela fiel, con una posición de marca consolidada en los mercados europeos, con una oferta moderna y con índices de pernoctaciones comparables a zonas y destinos en los que no falta el sol y la buena temperatura todo el año, es para darse con un canto en los dientes. Que la razón de ser de la inversión y del empresario es sacar la máxima rentabilidad a un producto o servicio, es cierto y necesario, pero mantener el tipo y algo más en una situación de grandes dificultades económicas y sociales en España y en el resto de Europa es un logro del que no todas las zonas pueden presumir. Benidorm sí puede.
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