Por Pau Morata
Las elecciones del pasado 22 de mayo han traído consigo importantes cambios en la gobernación municipal, provincial – insular en los archipiélagos- y parcialmente autonómica de la mayor parte del territorio español, con las consiguientes consecuencias en materia de continuidad o no de la política turística desarrollada hasta ahora en esos diferentes niveles administrativos territoriales que cambiarán de responsables.
Es relevante el de la comunidad balear, los consejos insulares de las islas mayores y algunos ayuntamientos. Del Parlamento Balear emanará un nuevo gobierno de la autonomía de las islas Baleares, del Consejo Insular de Mallorca saldrá un nueva presidencia y también cambiará la relación de fuerzas y la primera figura del Ayuntamiento de la ciudad de Palma. Son muchos los retos que esperan a sus nuevos equipos turísticos. El primero, el endeudamiento y la falta de recursos económicos; el segundo, unas políticas de promoción coherentes; el tercero, los roles de la promoción en cada nivel administrativo; y el cuarto y quinto -en el caso de Palma- el futuro de su palacio de congresos y la definición del modelo de turismo urbano más allá de ser excursión refugio cuando hace mal tiempo en las playas de la isla.
Siendo importante el cambio en Baleares se enmarca en una alternancia y por esto resulta distinto del habido en otros sitios. Como por ejemplo el caso de Barcelona. En ella se ha producido un cambio histórico. Hasta ahora siempre habían gobernado sucesivos dirigentes bajo las mismas siglas. Y en más de 30 años han determinado el presente y parte del futuro turístico de dicha ciudad. En su haber dejan el que fue un excelente plan estratégico previo a los Juegos Olímpicos –que situaron en el mapa mundial a la ciudad- y que ha dado frutos macroeconómicos y microeconómicos para gozo de hoteleros, navieras y autoridades portuarias. Y en su debe queda haber consentido la degradación de las zonas con mayores atractivos turísticos convertidas en una especie de parque temático para turistas masivos de bajo gasto lo que dio pie a la controversia ciudadana sobre el modelo turístico con un alto descontento de parte de la ciudadanía. También figura, en el debe, la autocomplacencia de sus dirigentes y de los responsables del deterioro de su otrora eficiente y eficaz consorcio de turismo, muy denso ya en gastos de estructura y de personal y escaso en inversiones de promoción… aunque no en las de dudosa rentabilidad efectuadas y comprometidas como accionista de Spanair.
El cambio político municipal en Barcelona debería traer consigo un cambio de dirigentes, una reorientación de la política turística y un modelo más sostenible -a medio y largo plazo- que el actual, al borde del abismo cada vez que hay una recesión económica o un retroceso en la demanda de alojamiento hotelero.
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