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Por Marga AlbertÃ
15/12/09.- Los resultados iniciales de la campaña piloto para traer a España en invierno a jubilados de mercados europeos emergentes son flojos y revelan algunos hechos imprevistos. En primer lugar, que una potencia turÃstica como España ha caÃdo en un exceso de confianza al sacar al mercado muchas más plazas de las que finalmente se cubrirán, a juzgar por el dato de que cerca ya de su ecuador –la campaña empezó en octubre y termina en abril- sólo se hayan vendido 20.000 plazas de las 80.000 disponibles a pesar de estar subvencionadas. Era una campaña piloto y nadie hubiera esperado  rendimientos máximos, y con menos pretensiones se habrÃa ganado en eficiencia en lugar de generar expectativas que obligan a los empresarios a correr con el gasto inútil de mantener los hoteles abiertos. En segundo lugar, el fracaso del programa en Baleares puede constituir todo un descubrimiento personal para quienes crean que el efecto de una potente marca turÃstica es lineal y que las diferencias entre un jubilado húngaro y uno británico o español no son tan marcadas ni suficientes como para merecer promociones especÃficas. Pero no deberÃa serlo para las autoridades turÃsticas, y ahà viene el segundo efecto sorpresa. El tercero es quizá el más llamativo de todos, pero sólo para quienes no estén persuadidos de que más allá de la publicidad y el precio, el clima es lo que primero condiciona los flujos turÃsticos en la Europa que huye del winter blues, emergente o no: AndalucÃa, la segunda comunidad en liza, acapara el 80% de las reservas formalizadas hasta ahora y ha cubierto el 40% de las plazas ofertadas hasta abril. El verano mallorquÃn es imbatible, pero ante los inviernos templados de Málaga, Huelva y Cádiz la ruta del sur se impone y en Mallorca –y no digamos ya en la desapacible Menorca- hace un frÃo que pela. La intención es positiva, pero tendrán que pasar algunas ediciones del programa para que la demanda se estabilice, si es que llega a hacerlo.
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