Por Tomás Cano
Palma. 15/12/10.- Muchas veces cuando defiendo al sector aéreo, me queda un regusto amargo, porque pienso que pierdo mi tiempo, como el reloj que cuenta las horas del día y en la noche las horas perdidas. La envidia y el odio van siempre unidos, se fortalecen recíprocamente por el hecho de perseguir el mismo objeto. La envidia en los hombres muestra cuán desdichados se sienten, y su constante atención a lo que hacen o dejan de hacer los demás, muestra cuánto se aburren.
En realidad, el envidioso no ve al otro, no sabe lo que piensa, lo que siente, lo que desea. No comprende su sufrimiento, no toma en consideración sus angustias, sus luchas, sus desilusiones, sus desafíos, las fatigas que el otro ha soportado para alcanzar una meta. Niega todo esto. En su ofuscación se ve siempre a si mismo.
Pero a pesar de todo ello, el que lucha contra mí me refuerza los nervios y perfecciona mi habilidad para escribir.
Aunque en algunos momentos seguiría al pie de la letra lo que dice el poeta: “Los que viertan sus lágrimas amantes sobre las penas que no son sus penas;
los que olvidan el son de sus cadenas para limar las de los otros antes;
los que van por el mundo delirantes repartiendo su amor a manos llenas, caen, bajo el peso de sus obras buenas, sucios, enfermos, trágicos, sobrantes.
¡Ah! Nunca quieras remediar entuertos; nunca sigas impulsos compasivos; ten los garfios del Odio siempre activos y los ojos del juez siempre despiertos… Y al echarte en la caja de los muertos menosprecia el llanto de los vivos”.
Es duro caer, pero es peor no haber intentado en esta vida luchar para subir, aunque la derrota te aporte algo positivo, que no es para siempre; en cambio, el éxito tiene algo negativo, que es efímero.
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