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Por Marga AlbertÃ
11/5/10.- El plan para reformar la Playa de Palma es impecable sobre el papel, pero falta conocer qué criterios operativos se aplicarán para hacer realidad el insólito objetivo de reducir a la mitad la edificación turÃstica y residencial. La Administración anuncia el qué, sobre el cómo pasa de puntillas, ya se verá si algún dÃa se lleva a la práctica un plan flamante que va por su cuarta versión. Corregido y aumentado el presupuesto al triple de lo previsto, que eso siempre vende. La ‘limpieza’ urbanÃstica que promete es la actuación estrella que no ha dejado de preocupar a los vecinos desde que se anunciara por primera vez. A pocos meses de las últimas autonómicas, Matas ya empleaba este lenguaje durante una presentación estelar ante un puñado de empresarios y periodistas en un hotel de s’Arenal. Se trataba de ‘podar’ los excesos del urbanismo desarrollista, sin especificar si el camino para ello era la reconversión o la voladura indiscriminada con dinamita. Como toda polÃtica de trazo grueso, señalaba a todos los edificios y a ninguno. Desde entonces los vecinos del abigarrado núcleo turÃstico se preguntan qué pasará. Es comprensible, uno tiene apego a su casa y no espera ser vÃctima de un desalojo polÃtico por asalto que no especifica reglas ni lÃmites. Hoy, cuando en vez de ir a misa de cinco vamos a misa de ocho, las miras del proyecto han subido en feliz sinergia con el presupuesto. En la reforma cabe casi todo, cuatro mil millones dan para mucho. Se pone el acento en la lucha contra el cambio climático, en mejorar la recogida de basuras, en la reducción del coste energético, en las energÃas renovables, incluso se reconoce la dificultad para encontrar simulaciones climáticas y marinas para el periodo 2020-2050. Pero el residente, tercera o cuarta generación de los primeros temporeros del turismo, sigue sin saber qué ocurrirá mañana con su piso y su hipoteca, más allá de la incómoda certeza de estar en el centro de la diana polÃtica.
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