Por Tomás Cano
Subo al avión. Este verano es sofocante. Llegar hasta mi asiento me ha costado no sólo esfuerzo, sino además sudor, tengo la camisa empapada. Me siento y voy mirando sin gran interés como los demás pasajeros ocupan sus asientos. De repente el pasajero que se sienta en la ventanilla me pide amablemente que le deje pasar para que ocupe su asiento; lo miro fijamente a los ojos, él hace lo mismo, me sonríe de una forma amable pero como dándome a entender que nos conocemos; me da la mano cuando se ha sentado y se presenta. Yo quedo dubitativo no se me olvidan fácilmente las caras y esta, me digo a mí mismo, la conozco. De repente me pregunta como van esos aviones, yo cortésmente le contesto que bien y le pregunto ¿nos conocemos?
Pronto se te olvidan los amigos; no se que responder y de nuevo me dice: “¿Te acuerdas de una cena en un bar justo enfrente de la plaza de toros de Palma?”
Si, claro, me acuerdo; “pues yo soy unos de aquellos que te recomendamos que dejaras la lucha libre para dedicarte a lo que realmente amabas”.
¿Tu eres el Santo?, sí, me dice, pero era o lo fui, ahora ya no soy nada. Nos abrazamos de repente, regreso sin querer a los dieciocho años. Lo miro con interés, su cara tiene cortes, su pelo canoso, sus dientes perfectos como si acabara de pasar por el dentista.
Quiero empezar una conversación con él y contarle todo, pero el también me ha mirado en profundidad y habrá detectado las huellas de mi propia lucha. Por lo que empieza a hablarme como si todavía tuviéramos esa edad.
Eran hermoso esos días, nuestro trabajo requería de una dedicación constante y gran profesionalidad, le interrumpo y le digo que la gente sigue pensando que todo eso de la lucha libre es un teatro, el me contesta y la vida también es una obra teatral, pero con muy mal reparto. El que piense que la lucha es teatro debería subir por un rato a la lona y se daría cuenta del daño que te haces cuando caes en ella presa de una llave.
Nombramos a nuestros más allegados la Pantera Negra, Bento, Tarrés, el Lobo Negro, Hércules Cortés. De repente es como si estuviera en otro mundo, yo ya no era yo era otra persona con otras ambiciones, aunque los aviones como el dice pesaban ya entonces mucho en mi ánimo.
De repente, cuando hace un silencio largo le cuento mi vida, todo lo que he pasado, mis enemigos… me mira y escucha con interés, al final me dice: “Veo que lo que te enseñamos lo has puesto en práctica. Ya sabes, lo fundamental en la lucha libre, el secreto está en el cuello y saber saltar de las cuerdas del ring sin hacerte un lío estas son las premisas para ser un luchador”.
Le digo que algunos piensan que ya es hora de que me vaya, que ya estoy quemado. Él de nuevo me mira y me dice: “Cuello, amigo mío, y saber saltar de las cuerdas del ring para quedar a los pies de los espectadores de primera fila, nunca olvides eso Sultan X, eso y sólo eso te mantendrá con vida, aunque la que ahora vivas no sea la mas exuberante que un día tuviste”.
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