Por Fernando Urrea
Madrid. 8/06/10.- Se conocía en el mundo de la aviación y del turismo que una empresa de bajo coste como Ryanair tenía entre sus libros de cuenta algún gato encerrado. No era posible que hiciera ofertas tan atractivas aunque fueran engañosas por el porcentaje de vuelos a precios irrisorios que colocaba en el mercado. Ahora se empieza a desvelar el misterio de la supervivencia de esta compañía cuando tantas de características similares no han podido resistir y las de siempre se mueven en cifras de pérdidas difícilmente soportables aunque tengan tarifas normales. Es que más de 600 millones de euros en subvenciones, contratos de promoción y ayudas directas en servicios en los aeropuertos regionales son muchos millones para que Bruselas no dé un puñetazo en la mesa y revise los presupuestos de gobiernos regionales y ayuntamientos cuando está obligando a los gobiernos centrales a mil restricciones para enjugar los déficits. No puede haber por ley subvenciones ni ayudas directas a las compañías aéreas. Los organismos no lo permiten y el sentido común indica que serían agravios comparativos y, además, una forma de malversación de fondos públicos, o algo parecido. Es tremendamente injusto que el ciudadano ayude con sus impuestos a que una compañía aérea privada siga operando saltándose a la torera todas las normas de la competencia, por más que las ayudas se enmascaren en capítulos presupuestarios de promoción regional. Bruselas, tan exigente con los países, parece que mira hacia otro lado con Ryanair, que parece una empresa pública multirregional.
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