Por Eduardo Suárez del Real y Aguilera
Sírvanos esta nueva guerra, esta horrible guerra, para desempolvar algunos conceptos que reposan en el libro “La espiritualidad del turismo”, tesis doctoral de Antonio Alzamora Salom, publicada en el año 2006; un trabajo al que, en mi modesta opinión, no se le ha dado ni el valor que tiene ni se le ha extraído el rédito estratégico que podría dar… Suele suceder con lo importante, pero, vamos al tema: el turismo es el mayor movimiento por la paz que existe en el planeta, pues más allá de ser un importantísimo motor de la economía, lo es también de la espiritualidad.
En su obra, Mn. Alzamora, nos permite asomarnos al hecho turístico desde una perspectiva más cercana al cielo que a la tierra, lo cual estimula una visión enriquecedora que no es incompatible con su realidad.
En apretada síntesis, podríamos suponer que en esta investigación, una de las hipótesis de trabajo de Alzamora, fueron las palabras que Juan Pablo II pronunció en la XXI Jornada Mundial del Turismo, celebrada en Castel Gandolfo en julio de 2000: “El turismo puede llenar lagunas de humanismo y espiritualidad”.
Más allá de ser un simple movimiento de gentes, ocasión de diversión, pasatiempo y disfrute de la vida; practicar el turismo entraña conocer nuevas culturas, contactar con las maravillas de la naturaleza, romper con lo cotidiano y encontrar momentos de descanso, de paz, de meditación, de reflexión y de trascendencia.
El turismo proporciona relaciones pacíficas y en ellas hay espíritu de apertura y de convivencia. El turista está llamado a ser portavoz de una reivindicación por la paz, por el diálogo entre razas y pueblos, por la libertad y por la tolerancia; encarna una forma de ser civilizada y ética.
El destino turístico, alejado de la residencia habitual y su rutina, es el campo donde el individuo puede saciar su sed de conocimientos, de intercambio, de diálogo, y brinda un cambio de perspectiva que ofrece una nueva visión de la vida. De hecho, las vacaciones suelen promover una reflexión interna de la vida y una revisión del estado de felicidad.
En esta obra Alzamora reconoce que “el turismo es un movimiento de paz porque tiene capacidad y facilidad para serlo, y una expresión de amor salvífico para la humanidad, mientras no quede reducido al mero campo de la industria y la economía”.
La conclusión final de su estudio fue: “El turismo es algo más que una industria y una mera diversión; el turismo es un fenómeno humano que crea humanismo y genera una nueva espiritualidad o forma de ser: la espiritualidad del peregrino que es búsqueda y desinstalación con ansia de paz”.
No es ésta una visión utópica de la actividad turística, en el prólogo de “Las culturas del turismo” (1977) podemos leer al propio Gabriel Escarrer apuntando hacia este horizonte: “La filosofía de humanizar y culturizar el turismo, demuestra que detrás de él existe algo más que un simple negocio”.
En 2010 -según la OMT- hubo 935 millones de turistas. Pensar que mientras las hachas mortíferas tomahawk arañan el cielo libio, en el resto del mundo en cada hotel y en cada empresa turística, ondea, invisible, una bandera de paz; y que todos cuantos, desde uno u otro frente, estamos trabajando para mantener viva la llama del turismo, estamos contribuyendo a la paz… invita al optimismo. Y es eso, optimismo, lo que hoy más necesitamos.
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