Opinión
Por Pau Morata
Algunos destinos turísticos padecen el llamado turismo de borrachera, cuya manifestación más extrema es el comportamiento no ya incívico de esos “turistas” sino incluso el criminal de algunos de sus integrantes, generalmente jóvenes.
Desde hace años, alcaldes afectados, empresarios y, sobre todo, la población local de esos destinos intentan minimizar el impacto de los desmanes en la opinión pública de más allá de su territorio. Otra cosa es que lo consigan, porque la realidad es tozuda y superior a los buenos deseos.
Este problema de los turistas incívicos rebosantes de alcohol en sus venas no es un fenómeno reciente ni esporádico, sino que en algunas partes –por ejemplo de Cataluña, aunque no sólo en esta comunidad autónoma- se produce desde hace no menos de treinta años, como lo pone de relieve los textos entresacados de un artículo que fue publicado en la revista “Destino” en primavera del año1979: “los agentes municipales de l’Estartit, Lloret o Salou, obligados a enfrentarse, cada noche, con multitud de jovenzuelos borrachos como una sopa”, a la que sigue: “inclusive se tuvo que pedir, desde varios años atrás, la ayuda de la policía gubernativa porque los desmanes que esos ‘turistas’ provocaban una noche sí y otra también eran de consideración y de órdago”.
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