Por Pau Morata
Hay quienes sostienen que todas las personas, hasta las más íntegras o coherentes, tienen un precio. Pues si las personas pueden tener un precio que les haga cambiar de pareceres y actitudes, cómo no va a cambiar de manos la propiedad de las empresas.Acciona está en manos de unos empresarios –la familia Entrecanales, herederos y sucesores de aquella constructora que como marca lució su propio apellido antes de lanzarse a su nueva identidad corporativa- cuya inquietud y agilidad es comparable con sus afán por probar las inversiones en terrenos donde otras personas no entrarían ni presionadas.Los responsables de Acciona probaron, en su día, hacerse con una empresa naviera, como es la veterana Trasmediterránea, cuyo parecido –hoy- con la compañía pública que fue antes de su privatización puede parecer pura coincidencia a determinados observadores, aunque probablemente no tanto a sus todavía dueños.Otras de la incursiones de Acciona fue en la gestión de aeropuertos extranjeros, a la espera –tal vez- de que madurase la fruta –muy verde aún- de la privatización de la explotación de las terminales de los de aquí. Ahora, según los indiciones, quieren salirse de ese negocio no exento de dificultades, sobre todo en entornos como los anglosajones, donde las reglas del juego económico y empresarial distan muy mucho de las españolas. Y alguna que otra piedra en el zapato se le ha metido a la multinacional española en esos aeropuertos lejanos donde no es oro todo lo que reluce ni son jauja las relaciones laborales.Que Acciona se repliegue y reoriente su mirada hacia el chollo de la electricidad doméstica podría ser todo un síntoma.
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