La plaza Navona de Roma es como el Obradoiro a Santiago, Trafalgar a Londres o San Marcos a Venecia. Nadie recuerda un minuto desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta principios de marzo de este año en que la plaza estuviera vacía. Desde entonces, sin embargo, han pasado varias semanas prácticamente desierta.
Las piedras de las calles y de la propia plaza, el granito, brilla del uso intenso que millones de turistas le han venido dando. La plaza Navona no ha contado cuántos visitantes ha tenido a lo largo de la historia, pero por ahí ha pasado todo el mundo varias veces.
De pronto, sin embargo, hemos podido descubrir que debajo de estas piedras, entre cada una de las losas, había tierra en la que podría crecer la hierba a nada que la presencia humana se suavizara. Y, así ha sido, tras cuarenta días sin pies, zapatos, sandalias o botas que hollaran su superficie, la hierba ha vuelto a crecer.
Decenas de fotógrafos han hecho escapadas para recoger una escena insólita que no se repetirá jamás, probablemente. Igual que los delfines en Venecia, que las focas en Comodoro Rivadavia, Argentina, que los patos en algunas playas de Mallorca, la naturaleza ha intentado recuperar el territorio perdido tras décadas de hordas de turistas.
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