“Nunca he visto nada parecido”. Es el comentario que se escucha hoy con más frecuencia en la isla Reunión, un pequeño enclave francés en el Océano Índico, sacudido el fin de semana pasado por el ciclón Garance.
Ya se ha levantado la alerta roja y el aeropuerto reanudó sus actividades, pero los daños en la isla, muy especialmente en el este y el norte, tardarán muchos años en repararse. Sólo hay una noticia positiva: pese a la violencia de los vientos, únicamente hubo cuatro muertos.
Toda la isla quedó sin luz y el fin de semana el 37 por ciento de los hogares, en los que viven 120 mil personas, seguía sin suministro. Sin agua se quedaron 310 mil personas. Uno de cada tres residentes no tiene ni Internet ni telefonía fija; la red de cobertura móvil está limitada a dos terceras parte de lo habitual.
La isla es un territorio de valor turístico, aunque del mundo francés. Las rachas de viento registradas de 230 kilómetros son absolutamente inusuales. Los daños son incalculables. Los torrentes y barrancos desbordados han arrasado muchas carreteras. Cientos de coches fueron arrastrados por las aguas.
Los bomberos han recibido refuerzos de la metrópoli, pero tienen trabajo para mucho tiempo.
Las playas están cerradas porque las aguas se han deteriorado. Igualmente se ha prohibido el senderismo por los riesgos existentes.
Estos días son de vacaciones escolares en Francia, por lo que había muchos visitantes en la isla.