Herminio Gil murió el mismo día y casi a la misma hora que su exsocio y mentor, Pepe Hidalgo, cumplía 82 años. El destino quiso, además, que Gil dejara el mundo terrenal muy cerca de donde Hidalgo pasa sus vacaciones, en la zona de más lustre de la Costa del Sol. Pero ese azar fue extremadamente desigual para ambos: el gallego moría de un infarto mientras el salmantino preparaba la postinera fiesta de aniversario de este viernes en el campo de golf dé Estepona (El sector se pronuncia sobre la muerte de Herminio Gil).
Gil, con sus múltiples ideas y mordiscos, con su cascada de proyectos y alaridos, agitó en los 80 un negocio de los viajes que estaba en manos de profesionales burocratizados. Gente toda ella que al gallego le daba grima por su hacer funcionarial y que tenía como objetivo prioritario celebrar su convención anual fuera de nuestras fronteras, cuanto más lejos mejor.
No sentía celos de nadie, ni odio, ni fobia. Hablaba, muchas veces a gritos, y luego pensaba. Sus discusiones con Hidalgo se oían en Salamanca y Verín. Se imponía al resto por su vigoroso timbre de voz, osadía y corpulencia. Que le apodaran Exterminio le importaba un carajo. Su ego fue exiguo hasta en sus grandes días de gloria. No era un gallego al uso: en la escalera sabías bien si bajaba o subía.
Cuando cobró una millonada de los Barceló por la venta de sus acciones de Globalia me dijo que no iba a tener tiempo para gastarse en vida tanto dinero. Gil, “Exterminio Gil”, se llevó siempre bien conmigo pese a su carácter explosivo. Fluxá, Escarrer padre, la cúpula de Iberia de entonces e Hidalgo padre lo respetaban. Dios acoja en su seno a este crack del turismo.
(Sus tres mujeres se abrazaron apiñadas en Madrid cuando se hicieron cargo del cadáver de su marido. Por deseo de Gil no se celebrará un funeral tradicional sino una fiesta de despedida en el que familiares y amigos brindarán por él).
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