No nos engañemos. La industria de los cruceros despierta sentimientos encontrados y, en los últimos años, ha sido el centro de innumerables críticas. Es frecuente escuchar voces acusándola de ser responsable de overtourism en algunos lugares y de ser poco respetuosa con el medioambiente. La situación se complicó a principios de este año cuando las imágenes de un barco en el que se habían detectado casos de Covid-19 dieron la vuelta al mundo, apuntando a los cruceros como culpables de haber expandido el virus.
Las líneas de cruceros, que a finales de enero/principios de febrero pusieron en marcha medidas preventivas para luchar contra el virus, anunciaron la suspensión global de la operación a mediados de marzo. Siete meses después, la industria aún sigue (casi) paralizada y las compañías hacen malabares para gestionar los números.
De forma paralela, vemos como los empleados del puerto de Miami y Venecia (uno de los destinos más demandados y donde la actividad ha sido criticada con más fuerza) han salido a las calles tras llevar meses sin trabajo -y con un horizonte cercano poco prometedor-, o como los empresarios de Baleares y Islas Canarias (otra región donde la industria no escapa a la polémica) han pedido su vuelta. Porque, aunque con frecuencia quede eclipsado, la llegada de un crucero es un dinamizador económico; un motor que genera empleo y riqueza.
Durante este tiempo, la industria ha demostrado (de nuevo) su capacidad para superar las adversidades, mostrando su resiliencia. También ha dejado patente que su compromiso con la seguridad y el bienestar de sus pasajeros, tripulantes y las comunidades es más que una declaración de intenciones. Es una realidad palpable. De hecho, está realizando un gran esfuerzo a todos los niveles y, una vez más, los protocolos diseñados superan con creces los establecidos en tierra. Un ejemplo es el compromiso de las navieras para realizar un test al 100% de los pasajeros y tripulantes antes del embarque. ¿Alguna otra industria relacionada con el ocio ha adoptado esta medida? Diría que la respuesta es no.
Unos pocos barcos han comenzado a navegar en Europa en los últimos meses y, por lo que hemos visto hasta ahora, no hay duda de que los protocolos funcionan y funcionan muy bien.
No obstante, de cara alcanzar la normalidad, y más allá de la propia evolución de la pandemia, la industria tiene un gran reto por delante: comunicar sus medidas de una forma clara, sencilla y transparente para generar la confianza que los clientes necesitan y demandan. En estos tiempos, la seguridad real (y percibida) es uno de los factores claves en el proceso de compra. Y es que, hasta que llegue la vacuna -quizás una parte de la solución- es absolutamente necesario demostrar que estamos ante una opción segura.
Mientras la industria continúa esperando el momento de zarpar, tiene que seguir gestionando día a día sus desafíos para sobrevivir. Nada es sencillo en estos tiempos; pero nada es imposible.
Royal Caribbean no puede dejar en la estacada a Pullmantur.