Pablo Piñero era un echado para adelante. Un empresario para el que no había límites. Su hija Encarna dijo de él nada más coger el relevo que fue “un osado”. El creador de Soltour y Bahía Príncipe sacaba petróleo de donde había piedras. Durísimo negociante, compraba a la baja. Controlaba todos los departamentos de su empresa y se enorgullecía de ello. Una de las grandes operaciones de Piñero, probablemente la más enjundiosa, fue lo que hoy es Playa Nueva Romana. Para promocionar este resort (tres hoteles, viviendas unifamiliares y apartamentos con un laureado campo de golf) contrató a Rafa Nadal.
Carlos Costa le dijo en cierta ocasión al firmante que Piñero ha sido el empresario más rocoso con el que ha hecho un trato. Costa, otrora tenista destacado, se ocupa desde hace tiempo de gran parte de los negocios de la familia Nadal. El abogado Fernando Martos es de la misma opinión. Y el propio Nadal, también. El deportista más grande que ha dado España tiene desde hace tiempo una casa en un lugar privilegiado dentro del relevante complejo dominicano. Nadal puso la primera piedra en un acto de presentación relevante. Piñero contrató a Nadal por ser quien es y, sobre todo, por ser español.
Pablo Piñero, un empresario sin complejos, se sentía orgulloso de su españolidad. Nunca ocultó su patriotismo hispano en cualquier foro o actividad. Se consideraba español y murciano de pie a cabeza. Vivió en Mallorca, pero cada año iba a las procesiones de su pueblo, Mula, a tocar en la tamborrada. Si viviera —vesícula maldita— hoy estaría la mar de feliz con Carlos Alcaraz. !Un español nacido en El Palmar y ganador de cuatro Grand Slam con 21 años!. Lo máximo para el hijo de un humilde carpintero murcianico. Lo habría fichado para promocionar alguna de sus empresas. O estas serían patrocinadoras del gran tenista. Por murciano, puede que hasta hubiese sido más condescendiente con el representante de Alcaraz…
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