Andalucía vive un trance histórico en este 28 de febrero que celebra el día de su Autonomía. Nunca en décadas las perspectivas económicas habían sido tan alentadoras, después de estos recientes años en los que su coyuntura ha representado un contraste con otras zonas de España en declive, y con su ciudad estandarte viendo incrementada su inseguridad.
El Turismo es la punta de lanza de la economía andaluza y el que muestra mayor potencial para generar puestos de trabajo y prosperidad. La región tiene más activos infrautilizados que ninguna otra en España y posiblemente en Europa, y con el nuevo ambiente debería dar un salto en su mentalidad y lanzarse a ser más ambiciosa.
El territorio español más poblado ha sufrido largo tiempo de fuertes estigmas por sus pobres tasas de empleo, pero la situación ha dado un vuelco para reforzar el peso político de la región como uno de los referentes sociales, y también económicos, por encima incluso de las muchas expectativas actuales de aquí a los próximos cinco o diez años.
Andalucía afronta así el reto de un cambio agudo de mentalidad para pensar en grande y acentuar su liderazgo, en una tierra que viene multiplicando sus emprendedores, y con una riqueza única, sobre el Mediterráneo y el Atlántico; en el litoral y en el interior, así como en las ciudades y los pueblos.
El potencial de la transformación de la que la región es capaz tiene un ejemplo en Málaga, que desde el cambio de siglo ha experimentado un salto inaudito en cualquier otra ciudad española, para convertirse en líder en oferta cultural y en cuna de la innovación tecnológica.
El listón de Málaga, por lo tanto, es el que se le debe aplicar al resto del turismo andaluz, que goza de incluso de bases más propicias para desarrollar todo el potencial que permite la industria en cualquiera de sus segmentos.
Dejar atrás el victimismo y el conformismo
Las gobernantes deben convertirse así en motores de esta ambición, para lo cual hace falta también, desde la sociedad civil y el sector privado, aumentar la exigencia sobre su ambición, dejando atrás el victimismo y el conformismo. Las autoridades turísticas afrontarían así un cambio de enfoque para interiorizar el nuevo estatus y encajar la crítica constructiva como estímulo en lugar de ataque del que defenderse.
Hacen falta, por lo tanto, planes ambiciosos y colaboración público-privada, a fin de paliar carencias históricas. Entre ellas, una de las principales pasa por atraer grandes marcas internacionales de lujo a provincias como Cádiz, o a Málaga ciudad, en paralelo a que se potencien infraestructuras como puertos o marinas.
Andalucía es reconocida como el destino cuyos habitantes mejor acogen al turista, y desde la fortaleza de también el resto de bondades y atractivos, se hace necesario que se dé un nuevo y ambicioso paso, partiendo de un cambio de mentalidad hacia uno de creer que hoy la región está en disposición de ir rebatiendo el histórico liderazgo que en materia turística han venido demostrando otras zonas como Baleares, Cataluña o Canarias.
Una hornada de nuevos empresarios turísticos vienen consolidando sus proyectos, liberando así el potencial creativo y emprendedor que exige una renovada forma de vislumbrar las oportunidades de futuro y de venderse en las ferias, aspirando a ser los mejores y no solo a conformarse con más o menos lo de siempre. Málaga ha marcado el camino, y por tanto hay base desde la cual confiar en que una histórica transformación turística en la autonomía solo tiene como límite su ambición, y elevar el listón de la exigencia junto al encaje de la crítica.
Juanma más diversificación de empleo y menos guiris.