En los mismos pabellones donde hace dos meses toda la familia turística se reunía en Madrid para celebrar su feria anual de Fitur, hoy hay ya un hospital de guerra con 5.000 camas montado por el ejército. En los mismos hoteles donde hace horas dormían turistas, hoy sanitarios medicalizan las habitaciones. Y en los mismos Jumbos donde hace días los viajeros se iban al Caribe, hoy ciudadanos son repatriados para su confinamiento (Madrid convertirá Ifema en un hospital con 5.500 camas).
El Turismo, de este modo, ha cedido sus armas para ganar esta batalla, ya considerada por la mayoría como la gran guerra de nuestra generación. Hoteles a disposición de los enfermos, o recintos feriales para salvar vidas, además de aviones para evacuar a amenazados con no poder volver a sus países, o a cruceristas en medio de la nada en cualquier parte del mundo.
El Turismo y sus activos se están convirtiendo así en parte para vencer esta guerra al coronavirus, una guerra como ninguna otra en la historia, que tiene lugar en cada rincón del planeta, y amenaza a cada ciudadano, casi indefenso ante un enemigo microscópico y por lo tanto invisible. Una guerra cuya victoria pasa por involucrar a todos, y por supuesto al Turismo.
Estamos en una economía de guerra donde todas las industrias dejan sus producciones normales para producir las armas necesarias para vencer. Un ejemplo de ello son las fábricas de Inditex donde ahora se tejen mascarillas, o las de Airbus, donde se obliga a hacer respiradores. Todos los activos puestos al servicio de la victoria a la pandemia.
La industria turística aguarda a que termine esta crisis sanitaria en unas semanas para emprender una nueva lucha, la de acercarse paulatinamente a acoger viajeros y a llevarlos en sus aviones. La de volver lo antes posible a la normalidad. Es otra batalla que se ganará, pero mientras tanto, pone todas sus armas para vencer la guerra más urgente, la sanitaria contra un virus desconocido.
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