El whisky también es un atractivo turístico. Y por supuesto, su elaboración. En un país con 30 destilerías, el año pasado hubo 2,4 millones de visitantes, según la patronal del sector. Se trata de un aumento de casi el 20 por ciento respecto del año pasado. Los visitantes de estos locales gastaron el año pasado unos 42 euros por persona en cada visita, con viajeros cada vez más jóvenes.
Sin embargo, lo más llamativo de esta historia de éxito es que no estamos hablando de Escocia, sino de Irlanda, un país cuya asociación con el whisky es bastante menos importante que en el caso vecino.
Alice Mansergh, la máxima responsible del turismo de Irlanda, explica que “el interés no para de aumentar, con más y más búsquedas en Internet, especialmente desde mercados como Estados Unidos, Alemania y hasta Gran Bretaña”. Sólo falta que los escoceses se vuelquen en el caso.
Las visitas a las destilerías ya no son sólo actos de presencia para ver cómo funcionan las calderas, sino que hay largas sesiones de cata, mezclando los sabores desde sus componentes esenciales, hasta terminar en el propio whisky. Se trata de verdaderas experiencias en las que el propio visitante termina haciendo su whisky, a partir de la combinación de los componentes.
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