Gobierno: la gestión turística está al nivel de la sanitaria

La gestión turística del Gobierno está hoy al mismo nivel que la sanitaria. Sobre esta última no hace falta detallar la calificación, ya que los meros hechos se definen por sí solos con la devastadora realidad de que España sea el país con más muertos por habitante, y más sanitarios infectados y fallecidos. No obstante, la percepción social no es proporcional a los hechos, lo cual es todo un logro, fruto de que el verdadero talento extraordinario de los hoy al mando es la propaganda.

Los líderes del Gobierno son genios de la propaganda, y la tienen como su mayor prioridad. Es su obsesión y lo es de tal calibre que pudo influir en que se permitiera una manifestación con efectos determinantes para la propagación de los contagios. Una obsesión que ha llevado a que el jefe de Gabinete del presidente sea por primera vez un experto en propaganda política —Iván Redondo—, que trabajó para el PP anteriormente, con gran éxito para Monago en Extremadura y Albiol en Badalona.

Este Iván Redondo es un verdadero genio del marketing y de ensalzar productos que sin su extraordinaria promoción y visión estratégica no llegarían a donde han llegado. Y además, ahora aliado a un partido en el extremo ideológico que ha crecido tanto en tan poco tiempo gracias también a su genialidad con la propaganda, mediante las redes sociales, y con un ejército de ‘guerrillas’ para acosar a quien les critique y crear corrientes de opinión a su favor.

Estos genios del marketing político han logrado llegar al Gobierno, incluso pese a sus liderazgos internos tan discutidos, y las bases de sus propios partidos tan divididas, aún hoy. Pero lo importante es que están ahí. Y que para lograr sus objetivos han tenido que recurrir a polarizar a la sociedad, alentando el desprecio hacia quien piensa diferente, y presentándolo como un radical, como peligrosos, despertando el miedo y la intolerancia de un pueblo tan humano y empático como el español.

Históricamente, algunas elecciones se han ganado despertando el miedo al otro, y desviando la agenda mediática a los temas que más les son favorables. Las últimas semanas se han visto estos mismos logros de un Gobierno y una clase política volcada como ninguna en la propaganda. Los medios apenas han sacado ataúdes, funerales, familiares llorando o sanitarios desprotegidos. En cambio, se ha hablado de niños saltando y felices, de arcoiris, de pactos de Estado, y de Europa.

La beligerancia de los medios ha contrastado con la del chapapote, el 11-M, o la crisis del ébola, cuando se pidió la dimisión del presidente por sacrificar al perro Escalibur. Este éxito ha sido posible gracias a la conocida teoría de Lakoff de los ‘marcos mentales’, que explica sobre las estrategias de hacia dónde concentrar la atención mediática. Discernir entre verdad y mentira, entre bien y mal, puede pasar a segundo lugar con estas técnicas, para hacerlo solo entre buenos y malos, no entre bien y mal.

Así se consigue que los escándalos se olviden —encapuchados en la embajada de Bolivia, pacto con Bildu en Navarra, Ábalos en el avión de la vicepresidenta venezolana, el insomnio con Iglesias en el Gobierno, la sentencia de los ERE, las niñas prostituidas en Mallorca...—, porque la política la han convertido en una batalla donde gana el que mejor la vende, no el que mejor gestiona y sirve. Por intereses personales por encima de los generales, hoy el país está polarizado, dividido, y las instituciones con su credibilidad menguada.

La magnitud de las calamidades de gestión de la crisis sanitaria —con la llegada tardía de la respuesta, con las esperpénticas compras de material, la falta de tests…— está siendo tan difícil de ocultar que estos genios de la propaganda han tenido que recurrir a cercenar las libertades de información como única y extrema salida, en los medios con las ruedas de prensa filtrando preguntas, y en las redes sociales con auditores de su cuerda.

Así, ya se traspasa la batalla de ideologías para llegar a la de sistema político, con pequeños pasos —no hay que exagerar— hacia más totalitarismo y menos democracia, para espanto incluso de los afines a la izquierda de espíritu más demócrata y tolerante. Las bases de una democracia plena, como son la prensa y la justicia, han sido atacadas por el propio vicepresidente del Gobierno, como también lo ha hecho sobre el Jefe del Estado, incluso en medio de la hora más dramática que se recuerda en España.

La obsesión por la propaganda, elevada hasta intentar silenciar a toda crítica, ha llevado a que incluso los dos partidos hoy en el Gobierno, desde sus cuentas oficiales, hayan dedicado su tiempo y energías a montar vídeos contra sus rivales políticos en pleno estado de alarma, en lugar de, en un momento tan sensible y desalentador, dedicar sus fuerzas a animar a sanitarios, a familiares de fallecidos, y a afectados laboralmente.

Pero por lo único que el Gobierno hasta ahora ha pedido perdón es por los errores de comunicación. Puede deberse a que es lo único para lo cual sí tienen un criterio y una sabiduría extraordinaria. El problema actual está por encima de ideologías --en la historia reciente, izquierda y derecha han tenido cada uno luces y sombras--, sino que está en el tipo de personas al frente, como han denunciado hasta sus propios acólitos como Felipe González o Íñigo Errejón.

Se percibe hoy una insensibilidad que asusta y desconcierta a muchos, incluso a los suyos propios. El ejemplo más claro es el tema del luto oficial ¿Cómo puede negarse en una situación así, con miles y miles de muertos? ¿Quién puede negarse a un gesto de condolencia oficial por respeto al honor de las víctimas? Una teoría apunta a que el motivo para no aparecer con corbatas negras y crespones es para que la ciudadanía no les asocie al drama cuando les vea. Es decir, por mera propaganda. Lo primero vuelve a ser lo primero para ellos.

Hoy más que nunca en política se llega al poder y se mantiene por ser mejor que el rival en el uso de las herramientas de propaganda. Los que gobiernan son los genios de ello, con un talento extraordinario para el marketing político. Pero con el tema sanitario ha quedado en evidencia que sus capacidades no son tan elevadas para el resto de asuntos que sí son verdaderamente trascendentales para todos, y no solo para ellos. El drama sanitario es una prueba de ello, y la mega-crisis turística y económica lo será indudablemente.

Los errores continuos han marcado la gestión sanitaria del coronavirus. La inexperiencia e incapacidad han sido las causas. Pero sobre el tema turístico el problema no han sido las equivocaciones seguro involuntarias, sino directamente la falta de voluntad ¿Cuánto cuesta al menos escuchar a los representantes del sector más afectado y que más empleo destruirá? ¿Cómo puede explicarse que en mes y medio ni haya habido una sola reunión, en clamoroso contraste con todo el resto de países?

En el momento más depresivo y sensible del sector turístico, no obstante, lo que se ha escuchado del Gobierno es hasta hostilidad, diciendo que había que reducir el peso del turismo, que no habría viajes hasta Navidad, que se va a inspeccionar a los empresarios por si abusan, los ERTE sin cobrar, culpar al sector de ser el causante del récord de mortalidad… ¿Por qué tanto maltrato, desprecio e ignorancia? ¿Qué hay detrás de ello? Conviene prepararse y mentalizarse por lo tanto para una gestión turística del mismo nivel de la sanitaria.

Italia, Portugal, Francia, Estados Unidos... todos cuentan con planes de recuperación turística, más o menos tímidos, más o menos ambiciosos e imaginativos, pero con reuniones con el sector, con sensibilidad hacia los millones de sus trabajadores, y al menos, en cualquier caso, con gestos para ellos en momentos así. Pero en España no. Por encima de la ideología, la pregunta es: ¿por qué?, ¿cómo se explica que cueste tanto una reunión con la ministra del ramo o con la presidenta de una autonomía turística, que cueste tanto un gesto y algo de sensibilidad con sus angustiados trabajadores? ¿Cómo se explica?

¿Acaso lo merecen tantísimos trabajadores ejemplares?