Holanda tiene el aeropuerto con más capacidad de Europa, pese a que no es el que tiene más actividad. Schipol, el aeropuerto de Amsterdam dispone de varias pistas operativas aunque, pese a sus esfuerzos, no llega a tener la actividad de Heathrow (Londres), pese a que el aeropuerto británico opera con sólo dos pistas (y tiene autorizada ahora la construcción de una tercera). Por eso, KLM tiene una densa red de servicios de corto radio para alimentar su hub de Schipol, dado que con los holandeses no le bastaría para nada.
Sin embargo, cualquiera que pasee por Holanda (en realidad, el nombre correcto es Países Bajos), comprenderá que se trata probablemente del país más mercantilista del mundo, que ha urbanizado casi hasta el último metro cuadrado de su territorio y que, precisamente por ello, tiene el aeropuerto más grande de Europa.
No sólo eso: Amsterdam tiene un segundo aeropuerto acabado y esperando a ser inaugurado. En línea con su tradición, aquí se trata de crecer y expandirse. Lelystad Airport, al este de Amsterdam, en terrenos ganados al mar, está listo para ser abierto al público.
Sin embargo, ahora hay un problema: Holanda se ha vuelto ecologista. Ha adquirido una poderosa conciencia ambientalista y se encuentra ahora con el dilema de inaugurar un segundo aeropuerto para Amsterdam, teniendo ya uno de los más grandes de Europa y, al mismo tiempo, proclamarse ambientalista. El discurso, desde luego, chirría.
La apertura de Lelystad lleva 20 meses de retraso y sigue sin fecha de apertura. Ahora se ha encargado un nuevo estudio de impacto ambiental, intentando aclararse en un entorno embrollado. El primer ministro, Mark Rutte, lidera una coalición en la que uno de los partidos amenaza con romper el gobierno si se inaugura la nueva terminal. El aeropuerto costó 160 millones de euros y permitiría a KLM seguir creciendo al quitarle de Schipol parte de la presión de las low-cost. Porque KLM, que se ha proclamado ecologista, en realidad querría seguir creciendo, faltaría más.
Los informes van y vienen, pero en realidad el asunto es que todo el mundo está mirando a las elecciones de 2021. “Es una locura hacer un nuevo aeropuerto en tiempos de emergencia climática” dice Suzanne Kroeger, del partido verde, en la oposición.
Lelystad es hoy un aeropuerto fantasma, esperando que se permita a los pasajeros llegar y operar. No hay más actividad, esperando a ver si los políticos se aclaran.
No todo es oposición: Lelystad es una ciudad vecina al aeropuerto que espera rejuvenecer si abren la terminal, porque su economía necesita una inyección de actividad. Por eso, un aeropuerto supondrá más empleo, más gente viviendo.
En todo caso, será una fantástica contradicción: erigirse en abanderados del movimiento “Vergüenza de volar” y, al mismo tiempo, construir un segundo aeropuerto en Amsterdam. O mejor dicho, ponerlo en marcha, porque construido ya está.
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