Hace sólo unas semanas se sabía que este no iba a ser un gran año para la aviación, pero los últimos días acabaron de arruinar el ejercicio, con las tragedias de Azerbaiyán y Corea del Sur (Tragedia aérea: un avión con 67 ocupantes se estrella en Kazajistán).
El año no se había iniciado bien porque el seis se le voló una portezuela a un avión de Alaska Airlines, aunque sin otra víctima que Boeing, que ha sufrido lo indecible por ese accidente, enteramente de su culpa.
Otra no tragedia fue la inmediata, en Haneda, Tokio, cuando un Airbus 350 arrolló a un avión guardacostas que se había introducido en la pista: murieron los ocupantes del avión de rescate y nadie de los 379 ocupantes del avión Airbus de Japan Airlines.
Quince muertos en marzo, cuando un avión militar ruso se estrelló en Belgorod. Un Sukhoi sin pasajeros se estrelló en julio.
Todos los ocupantes, sólo empleados de la aerolínea, murieron al estrellarse su avión en Katmandú, Nepal.
Gran tragedia el 9 de agosto cuando un ATR 72 de Voepass, en Brasil, perdió sustentación y cayó, muriendo 62 personas.
El único episodio español: el piloto de un 737 de Swift Air murió en Vilnius, Lituania, cuando iba a aterrizar con su avión de carga. A día de hoy se descarta toda interferencia ajena al propio avión.
Y diciembre fue el mes negro, con el accidente de Jeju Airlines (179 muertos) y el de Azerbaiyán, con 38 pérdidas humanas.