La historia de la boda de Air Canadá y Transat es muy conocida en España porque es perfectamente comparable con el matrimonio de Iberia y Air Europa: en los dos casos se pactó un precio importante antes del Covid, en los dos casos una compañía se quedaba con la otra y en los dos casos también, en plena pandemia, se vio que el precio pactado era descomunal. La diferencia es que mientras Iberia (¿o debemos decir, mejor, IAG, su matriz?) mantuvo sus compromisos, aunque con un recorte importante en el importe a pagar y la fórmula para hacerlo, Air Canadá y Transat rompieron los acuerdos.
El acuerdo de compra se pactó en junio de 2019. Como ocurre siempre, la compra estaba condicionada a la aprobación de las exigencias de las autoridades de competencia, que debían de ser satisfechas.
Siendo dos compañías canadienses, el problema principal debería venir de las autoridades de competencia de ese país. Pero no, al final el problema lo ha planteado Europa. Las dos compañías vuelan a Europa y las dos querían seguir operando. Air Canadá presentó un paquete de medidas para renunciar a rutas y servicios que hubieran permitido que la concentración de la oferta no fuera tan elevada, pero Europa dijo que no era suficiente. ¿Pagar un precio elevado para, encima, tener que renunciar a rutas? Cancelada la operación.
El problema era aún peor porque podría ser que las supresiones de servicios adicionales no satisfacieran a la Comisión Europea, de manera que las dos partes comunicaron que rompían su acuerdo. Air Canadá pagará a Transat 12 millones de dólares como precio por la cancelación y cada uno emprenderá ahora su camino. O, mejor dicho, seguirá como hasta ahora.
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